Cinco policías de la provincia se suicidaron en los primeros meses de este año. Según un informe de la Dirección de Asuntos Internos, la cifra da cuenta de un problema de largo arrastre: en los últimos ocho años, 47 uniformados de la policía provincial se quitaron la vida. Los registros alcanzaron su pico en 2001, año en cuyo transcurso se suicidaron once efectivos.
Este tipo de muertes cobran especial significado por aparecer como síntomas dentro de una institución sujeta a estrictas normas disciplinarias, que lidia con las manifestaciones más violentas de la sociedad. El acercamiento más directo de los disparadores de angustia dentro de las filas policiales puede rastrearse a partir de un seminario sobre estrés que se realizó a mediados del año pasado y constituyó la primera y única instancia institucional para alentar a hablar sobre las formas de trabajo y sus consecuencias en el plano individual y emocional. Las reuniones, a cargo de psicólogas policiales y civiles, convocaron a los mandos medios y se realizaron en toda la provincia.
Rutina perniciosa
Los aspectos profesionales más estresantes que señalaron los comisarios, subcomisarios y auxiliares principales que concurrieron a los talleres apuntan a una serie de cuestiones más relacionadas con falencias institucionales que con los riesgos del trabajo de calle. Todos confluyeron en la "deshumanización" de la labor policial, según los apuntes de trabajo de Cristina Granero, una de las psicólogas que participó de las jornadas.
Los mandos medios remarcaron la extenuante carga horaria, que obliga a guardias de 24 y 48 horas e impide no sólo el descanso sino la posibilidad de elaborar las situaciones de crisis que los policías enfrentan durante toda la jornada. "Pasan por una situación traumática y deben reintegrarse a la rutina y afrontar otra sin ninguna posibilidad de elaboración", indicó Granero.
También destacaron la falta de control sobre las propias tareas generada a partir de las órdenes y contra órdenes, producto de la falta de espacios para discutir estrategias, y los inconvenientes operativos que se crean a partir de la falta de equipamiento necesario para cumplir con las tareas asignadas, un aspecto directamente relacionado a la asignación de recursos.
La mayoría de los emergentes devela la falta de espacios para la discusión de conflictos dentro de la misma policía, y en relación a otras instituciones, como la justicia, la comunidad o su propia familia.
"El policía trabaja en situaciones de crisis, en constante contacto con situaciones de dolor, de pérdida y no tiene ni tiempo ni espacios para recuperarse", contó Granero, que remarcó "el desgaste que genera vivir en una situación de angustia permanente". En la rutina concreta, los policías suelen cubrir guardias de 24 horas o más, con un escaso tiempo de descanso en el que vuelven a sus hogares y afrontan las demandas familiares para luego volver a su puesto de trabajo.
Sin palabras
"A esa falta de tiempo, se agrega el mandato que no permite hablar de sus vivencias entre sus pares o superiores, por temor a que se interprete como una debilidad; ni con su familia, lo cual constituye una regla implícita, o un derivado del secreto profesional, lo que lleva a una despersonificación", indicó Granero.
Las normas de la vida laboral influyen también en las relaciones familiares. Granero interpreta que una transpolación de esas reglas puede derivar en episodios de violencia familiar, donde la relación entre los miembros no se da en el marco de una organización vertical. También pueden interponerse en el buen desarrollo afectivo y en la vida sexual. "Para mantener una relación amorosa hay que abandonarse al otro, del mismo modo que para una buena vida sexual es necesario estar desarmado", apuntó la psicóloga.
Otro aspecto que le pesa a los miembros de la policía es el desprestigio social que atraviesa la institución, relacionada con frecuencia con casos de corrupción, abuso, o encubrimientos corporativos.
"Los jóvenes ingresan con una profunda vocación de justicia, pero las expectativas chocan con lo que realmente puede hacer", señaló Granero. En ese punto, los participantes señalaron un desequilibrio entre las exigencias que tienen -que no contemplan la falta de personal o de recursos-, y el reconocimiento a su trabajo. A la vez, marcaron la diferencia entre los tiempos en los que se espera una respuesta por parte de la policía y los que maneja la Justicia para resolver. Otro problema surge en el desequilibrio entre la rigidez con la que se les reclama por sus faltas y la ausencia de reconocimiento a sus aciertos, lo que funcionaría como motivación para su trabajo.
Plantearon, incluso, el conflicto de valores que se les presenta ante el reclamo de represión de conflictos sociales, que otra parte de la sociedad legitima. Esa brecha coincide con el reclamo de profesionalización que reclama una parte de la policía, la cual reconoce la falta de recursos "teóricos" para afrontar situaciones de crisis sociales, además de la ausencia de un mandato claro de las autoridades políticas.
Normas y humanización
Los reclamos emergentes movilizan angustias y melancolías, dos vías que sin la contención necesaria pueden terminar en tendencias autodestructivas, indicó Granero. Las opciones aparecen encerradas entre la "mirada permanente" de los superiores y el sentimiento de "omnipotencia" que intentan sostener los efectivos policiales, explicó la psicóloga.
La necesidad de contención, que los policías reclaman como la "humanización" de la función policial, implican una fuerte contradicción con el discurso que sostiene la institución a la cual pertenecen.
"Las instituciones disciplinarias determinan líneas de conducta esperables, donde el sujeto aparece borrado, a diferencia de otros espacios, donde se encuentran inscriptos de otro modo", señaló Jorge Degano, titular del seminario "El sujeto y la ley" de la Facultad de Psicología.
"Una estructura donde el sujeto es muy observado por un superior genera una situación persecutoria que hace que el subordinado se inhiba de plantear cuestiones personales", indicó Degano. En ese marco, los planteos, aunque sean legítimos, pueden percibirse como una muestra de debilidad y puede derivar hacia situaciones trágicas. "El sujeto aparece atrapado entre esa mirada permanente y la necesidad de sostenimiento por parte de otro, y esa situación puede desencadenar explosiones en los sujetos".
La propuesta que surgió en el seminario fue la de buscar una opción para aceptar las imperfecciones y los límites, elaborar las frustraciones y así disminuir la angustia que podrían generar conductas autoagresivas. Un planteo que en la policía significa cuestionar las reglas de la institución.