Ni el "setentismo" ni el "zurdaje" gobiernan la Argentina. Néstor Kirchner, con sus auspiciosos primeros siete días en el poder, no es el abanderado del "vivir con lo nuestro", como se excitan en pensar algunos politólogos progres (alguno hasta se animó ayer a compararlo con Jean-Paul Sartre) o como se encargan de demonizar los voceros más retrógrados de la derecha.
El nuevo mandatario tuvo una buena primera semana de gestión por una cuestión que, aunque elemental, había obviado la Alianza: comenzar a plebiscitar su administración sin medidas impopulares. El descabezamiento de la cúpula de las Fuerzas Armadas, la nueva relación que asoma entre el gobierno y la Justicia, y el hecho de dar el presente en los lugares donde existen los problemas (Entre Ríos, Formosa y Santa Fe) obedecieron a la necesidad de mostrar un Ejecutivo en campaña permanente.
"Un político necesita una campaña permanente para mantener una mayoría permanente. Quien no calcula cómo mantener su apoyo todos los días y sobre cada tema, casi inevitablemente caerá". Este apotegma no fue acuñado por ningún teórico socialista sino por el norteamericano Dick Morris, ex asesor de Bill Clinton y discípulo de Nicolás Maquiavelo.
El péndulo peronista
Tras la huida irresponsable de Carlos Menem, cada día será una elección clave para el santacruceño. El peronismo, para su suerte, es un péndulo que, según las épocas, oscila hacia la centroizquierda o la centroderecha. Como dijo alguna vez Guido Di Tella, dueño de un pragmatismo a prueba de refutaciones: "Somos lo que los tiempos quieren que seamos".
El viento de cola que llega desde Santa Cruz obliga a los caciques justicialistas enquistados en el Parlamento y a gobernadores que en la década pasada se alinearon sin fisuras detrás del proyecto neoliberal a disciplinarse detrás de un nuevo liderazgo y de una iconografía que ahora pendula levemente hacia la sinistra. "La gente nos votó para que hiciéramos lo que está haciendo Kirchner y no para meter impuestazos. Hicimos todo lo contrario a lo que nos pedían nuestros votantes, pero también teníamos al PJ en la oposición", admitió a La Capital el frustrado ex vicepresidente Carlos Chacho Alvarez.
Sin embargo, el exitismo típicamente argentino (o para decirlo sin eufemismos: el estilo panqueque que se apodera de algunos comunicadores) no debe apresurar los balances.
Creer que los problemas más cruciales (pobreza, desempleo e inseguridad) se resuelven con "señales" sólo conducirá a estirar la agonía. Las críticas destempladas tampoco tendrán razón de ser antes de los 100 días de gobierno, un plazo que únicamente fue demasiado extenso para la inutilidad de Fernando de la Rúa, quien sólo se despertaba de su siesta para imponer políticas de ajuste.
A la hora de enfrentar temas cruciales, como el rebalanceo tarifario y la negociación con los organismos internacionales de crédito, el gobierno deberá articular consensos amplios que superen el handicap que le otorga el PJ. La sensatez de Elisa Carrió durante estos primeros días de veranito kirchnerista se contrapuso con la actitud de quien se autoproclama líder de la oposición, Ricardo López Murphy.
Fue patético observar cómo algunos legisladores de Recrear se horrorizaban por la "presencia" de Fidel Castro en el acto de asunción, mientras su jefe político pegaba el "ausente" en la ceremonia. ¿Y el sentido común del que tanto hablaba en la campaña? \El apoyo público que Kirchner no tuvo para ganar en la primera vuelta lo logrará a medida que su actos de gobierno sean guiados por la austeridad, la transparencia y la puesta en práctica de una nueva forma de hacer política.
La Argentina no reclama más salvadores, caudillos mesiánicos ni gobernantes vestidos de Armani. Espera que "hombres comunes en puestos importantes" mejoren las condiciones de vida en un país que se columpió entre la asfixia y el vacío. Ojalá el viento del sur despeje de una buena vez los eternos nubarrones, esos que constituían el marco ideal para las tormentas perfectas.
Aunque el camino que Kirchner debe transitar (evitando las recetas del ajuste y el populismo exacerbado) sea estrechísimo, el movimiento se demuestra andando.