Año CXXXVI
 Nº 49.859
Rosario,
domingo  01 de
junio de 2003
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El viaje del lector
Jujuy: Peregrinación a Punta Corral

Luz Ovalle de Semino

Nuestro objetivo había sido subir desde el pueblo de Tumbaya, Jujuy, hasta el santuario en Punta Corral donde se venera año tras año la imagen de la Virgen de Copacabana de Punta Corral. Culto y devoción que congrega a miles de fieles del norte argentino y otras regiones, días antes a la Semana Santa. La Virgen sería bajada en procesión el domingo de Ramos, precedida por miles de devotos que vienen de diferentes parajes y por las bandas de sikuris, siempre presentes en estas celebraciones. La llegada a Tumbaya estaba prevista a las 17 o 18 de ese día, en la pequeña iglesia del pueblo.
Sabíamos que el camino era largo hasta el santuario (25 kilómetros), así es que decidimos hacer el trayecto en dos días y pasar la noche en el cerro al igual que un gran número de personas que realizan la peregrinación todos los años. Mi ansiedad era grande porque no sabía muy bien cómo sería eso de dormir rodeada sólo de piedras, arbustos y el cielo como único techo. Como tendríamos que cargar las mochilas pusimos en ellas sólo lo necesario: bolsas de dormir, alimentos livianos, agua (fundamental) ropa de abrigo y muchas ganas.
Dejamos nuestra camioneta en el pueblo de Tumbaya e iniciamos la subida el viernes a las 10, uniéndonos a grupos de familias, abuelos, promesantes, jóvenes parejas y aventureros.
A medida que avanzábamos el camino se hacía más duro y el cielo comenzaba a cubrirse con grises nubes de llovizna. Cada "estación" y "calvario" estaban marcados con una gran cruz y una "apacheta" (montículo de piedras adoratorio a la Pachamama) las cuales eran veneradas poniéndosele velas, a la primera y agregando piedras y hojas de coca, a la segunda.
Luego de 8 horas de caminata llegamos al segundo descanso y calvario deseando encontrar un lugar medianamente reparado. Como suele suceder en estos lugares y su gente, la solidaridad es una de las facetas sobresaliente. por lo que una señora que había acondicionado su refugio en unas pircas nos permitió dejar las cosas y pasar la noche, pudiendo calentarnos junto al fogón.
A pesar de la oscuridad distinguíamos las sombras del incesante pasar de los peregrinos, algunos de los cuales seguían su camino a pesar del frío de las alturas, que para estas épocas del año suele estar algunos grados bajo cero, marchando cobijados por la fuerza que les da su fe y devoción; otros llamándose a los gritos debido a la persistente neblina, y los más, deteniéndose al igual que nosotras en busca de algún refugio reparador.
A la mañana siguiente nos despertamos con nuestras bolsas de dormir mojadas por la llovizna pero felices de estar ahí. Luego de compartir un frugal desayuno con doña Alejandra y su hijita, decidimos que subiría yo sola, sin mochila, hasta Punta Corral. De modo que cargando agua y mi equipo de filmar emprendí el camino que me llevaría cuatro horas. Cantidad de cactus comenzaron a llenar el paisaje y en muchos de ellos bordeando el camino, descubrí que los caminantes habían colocado en sus espinas cigarrillos encendidos venerando de este modo a la Pachamama.
Punta Corral es un pequeño conjunto de casas de adobe y piedra, algunas de las cuales se encuentran dispersas desordenadamente y otras ubicadas al borde de una calle que encuadra una plaza. En uno de los costados se encuentra la pequeña capilla muy humilde de color amarillo pálido y techos de chapa, con su puerta de entrada mirando hacia el este.
Muchísima gente se había concentrado en la pequeña plaza; muchos descansaban sobre sus pertenencias esperando la misa del domingo de Ramos, o como espectadores de las bandas. O como otros, que tras hacer una larga fila deseaban tocar la urna de la Virgen y hacer sus peticiones. La figura de la Virgen era muy pequeñita y su enternecedora carita que se perdía en la inmensidad del vestido blanco de seda y la profusión de flores de diversos colores con las que estaba adornada, impedía distinguirla fácilmente.
El ruido ensordecedor de los bombos, sikus y platillos de las bandas de sikuris, a las cuales se las podía identificar por el color de sus gorras como representantes de distintas agrupaciones, se mezclaba con las oraciones y cánticos religiosos que se emitían desde los altoparlantes.
Luego de filmar todo lo que más me interesaba, decidí volver sin dejar de pensar que me hubiese gustado haber bajado junto a esos miles de fieles que movidos por esa devoción propia de los pueblos norteños acompañan tradicionalmente a su Señora de los Cerros. Pero mi amiga esperaba y debíamos volver para seguir con nuestro itinerario.


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