Año CXXXVI
 Nº 49.859
Rosario,
domingo  01 de
junio de 2003
Min 15º
Máx 25º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com






El cazador oculto: Un éxito que no parece accidente

Ricardo Luque / Escenario

Nada lo detiene. Ni el fracaso, ni el éxito. Tampoco el prejuicio, ni siquiera el de la crítica políticamente correcta. Siempre va por más. Se atreve a lo que otros rechazan. Y lo bien que hace, porque su valentía escénica no sólo le redunda en pingües ganacias sino que, por añadidura, resultó ser una auténtica bendición para la teleplatea argentina. Porque no hay que ser ingenuos, más allá de uno que otro inevitable traspié, su aporte a la confusión que reina en la pequeña pantalla es invalorable. No importa cuál sea su rol. Animador, actor, asador. Porque, hay que admitirlo, a lo largo de su carrera hizo de todo. Lo mejor, sin dudas, fue su paso por el periodismo gráfico. Fue hace tiempo, mucho tiempo, y así y todo, aún hoy, cuando tanta agua ha pasado bajo el puente, su recuerdo permanece fresco en la memoria de los que, después de leerlo, lo tomaron como ejemplo. Fito Páez fue uno de sus acólitos. Pero no fue el único. Muchos siguieron sus pasos, sobre todo en aquellos días, también lejanos, en los que se abandonó a la música y a los excesos. Su carácter, más que su talento para el rock, dividió las aguas. De un lado quedó su pasado de recio luchador de sumo y del otro una incipiente carrera en la televisión. Se compró un traje rojo con hombreras, un par de zapatos blancos, un frasco de tintura para el pelo y, sin un atisbo de vergüenza, salió a ganarse un lugar en la arena mediática. Sus primeros pasos rindieron tributo a los grandes. Se animó a alentar a la gente a cantar y a jugarse a todo o nada en la noche del domingo, aunque paradójicamente su gran momento le llegó justo cuando quedó en orsai, y, como todo buen jugador, supo sacar ventaja de su posición. De un día para el otro se erigió en el rey de la noche. Nada nuevo. Ya lo había sido, cuando era un joven y voraz cazador nocturno, y no le costó nada volver a serlo. Tuvo que esforzarse menos que para componer a un periodista indomable y obsesionado por las primicias. Su piel, templada a lo largo de años bajo los reflectores, le permitió salir airoso incluso ahí donde otros habían fallado. Y, después de ser ignorado olímpicamente durante cinco años, se recibió de cool al salir en la tapa de la Rolling Stone.
Un aplauso para Roberto Pettinato.


Diario La Capital todos los derechos reservados