Victor Cagnin / La Capital
La sensación de que la democracia argentina ha vuelto a tomar calor y color parece cierta. Cuesta creerlo aún. Pero es tan cierta como las palabras que hoy vuelven a expresarse con un sentido, una dirección, un significado. ¿Qué ha sucedido estos días para que se modifique de forma tan vertiginosa el clima de escepticismo y desconfianza por el de una vasta corriente de optimismo?: simplemente, ha asumido un gobierno elegido por el pueblo, cuyo mandatario ha cometido el acierto de hablar para el pueblo. Se dirá por allí que este señor K ha logrado sólo la voluntad del 22 por ciento del electorado. Es real. Pero antes de que cantase el gallo, la población descubrió que se trataba de un político genuino, con sensibilidad frente a sus semejantes. Y esa sola condición -en un país donde ha prevalecido la desconsideración- le ha permitido granjearse pronto la simpatía de las mayorías. Su despedida de Santa Cruz, llamando a todos por su nombre, ya había sido un fuerte indicio, y la ceremonia en el Congreso primero y en la Casa Rosada luego, saliendo al balcón, terminó por darle cuerpo definitivo. Pero además, en su mensaje a la Asamblea Legislativa el presidente ha logrado un primer efecto reconstitutivo, precisamente ahí donde él se lo propuso como uno de sus objetivos de gobierno: reconciliar la relación entre política y sociedad o, en otras palabras, devolver la legitimidad perdida a las instituciones democráticas. Kirchner ha sorprendido y asombrado para bien desde uno de los lugares de mayor desprestigio del país, la primera magistratura. Y lo ha hecho con la naturalidad de quienes saben que en determinadas circunstancias conviene no guardarse nada y mostrarse tal como se es. En consecuencia, hasta los bloopers contribuyeron a mejorar su imagen. Dejando atrás el andamiaje transitorio construido por Duhalde el santacruceño ha decidido habitar la casa con su impronta setentista, propia de sus orígenes, aunque rodeado de una buena dosis de inteligencia, sensatez y experiencia en el gobierno. Hay sin duda en ese discurso inaugural un puente ineludible hacia el país que se pretendía en el 73, pese a que el término liberación hoy tenga otras connotaciones. Y, casi sin que nadie lo esperase o lo pretendiese, aquel imaginario que sólo era habitado por la literatura se corrió de la ficción a la pantalla en vivo, con el mágico realismo de Fidel y la popularidad de un Lula, que bien podría tratarse de un émulo de Salvador Allende junto a Osvaldo Dorticós. El mensaje de un jefe de Estado puede ser el todo o nada para el destino de un pueblo. Convertirse en gran factor de movilización o despertar una indiferencia más que paralizante en la ciudadanía. Basta recordar para ello la puesta escenográfica que se hacía con De la Rúa sin resultado alguno, en contraposición o para contener la efectiva oratoria de Chacho. En esta perspectiva, el discurso de Fidel en la Facultad de Derecho de la UBA nos vuelve a hacer reflexionar sobre categorías que considerábamos fuera de tiempo y de lugar. Sin embargo, ¿acaso alguna vez fueron resueltas esas grandes contradicciones en las últimas décadas? El hambre en nuestro país, los niños muertos por desnutrición, la creciente deserción escolar, los índices de desocupación históricos, el incesante delito bajo todas sus formas, los ancianos abandonados y sin las atenciones elementales, las corrientes de inmigración interna hacia las zonas urbanas, los jóvenes partiendo al exterior o erráticamente por las calles, ¿cómo se explican en un territorio con tanta riqueza y tecnología para explotarlo? Si Cuba pudo resolver esos problemas, ¿por qué la Argentina no? En dos horas y media Castro desplegó una pieza de oratoria ante la que nadie pudo permanecer indiferente. Sin poner el eje en el modelo de sociedad y con un criterio más flexible en cuanto a las soluciones, ha dicho de frente a los argentinos las verdades universales de nuestra época que a menudo solemos negarnos a reconocer, y lo ha expresado de un modo sencillo y profundo, accesible para la población, aunque se trataba de una exposición académica. Pese a todos los matices y diferencias conceptuales, entre el discurso de Kirchner en el Parlamento y el de Castro en la UBA pueden hallarse puntos de coexistencia fundados en el compromiso con su pueblo, en los sueños de una sociedad más justa, el bien común, el trabajo y la educación para todos, la dignidad de cada ser humano, la autoestima imprescindible para poder sobrevivir (no juzgaremos aquí hoy las ejecuciones en Cuba, a las que condenamos). Y el hecho de que la opinión pública aún siga impactada por lo sucedido entre el domingo y el lunes es un dato elocuente de la continuidad de las dos exposiciones. Queda para nuestro presidente ahora la enorme tarea de reconstruir las bases de una Nación desarticulada, cumpliendo con su promesa de "igualdad educativa como principio irrenunciable", de trajes a rayas para los grandes evasores, de un país pluralista y con posibilidades para todos, se llame o no capitalismo nacional. Por lo pronto ha logrado transformar el estado de ánimo de la población. Y eso no es poca cosa. [email protected]
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