Laura Vilche / La Capital
Rocío y Mercedes pasean sus muñecos en cochecito. Jordán se sienta en los cubos de colores y posa para la foto. María Eugenia les da la espalda a todos y se pinta los labios en el rincón de belleza. Los demás juegan a la pelota. Son algunos de los 33 alumnos del nivel inicial de educación especial del Instituto Santa María (Cochabamba 676) que hoy celebrarán, al igual que todos los chicos del país, el Día de los Jardines de Infantes (ver aparte). Más allá de los homenajes, los chicos tienen para hoy un solo plan: disfrazarse, bailar y cantar junto a sus padres y maestras al ritmo del "chu chu ua", de Piñón Fijo, el hit del momento. En rigor, esta escuela especial no tiene jardín de infantes, sino nivel inicial, un espacio donde concurren chicos desde 0 a 3 años (primer ciclo) y de 3 a 6 (segundo ciclo), aunque a veces, debido a la patología del niño, se puede encontrar en las salitas a chicos de hasta 8 años. Al Instituto ingresan alumnos con distintas patologías diagnosticadas previamente por un médico: chicos con síndrome de down, paralíticos cerebrales o con trastornos de su subjetividad (psicóticos o autistas, entre otros cuadros). Niños que a veces no pueden sostener su mirada, se lastiman o golpean, aletean con sus brazos o usan palabras inventadas: "Conductas atípicas contra las que comenzamos a trabajar cuando son muy chiquitos a través de la estimulación temprana", explica la vicedirectora de la entidad, Ana Bauzá. Justamente una de las personas que estimula a los niños en este sentido es la psicomotricista Claudia Grappa. "Desde que tienen meses y hasta el año y medio vienen dos veces por semana con sus padres. Les estimulamos la marcha, el lenguaje, el contacto con los objetos y el medio a través del juego", dice la especialista, quien realiza su tarea junto a otras siete maestras y un equipo de médicos y psicólogos. Los contenidos que se desarrollan con los chicos son los mismos que los del jardín común, pero se trabajan otros tiempos. Las salitas son menos numerosas (entre tres y ocho alumnos) pero cuentan con la escenografía típica de todo jardín: las mesitas bajas y sus sillas; el rincón de construcción con sus cubos; la casita con heladera, cocina y platos; los cuentos, camiones y muñecos hechos por los propios chicos. "Nosotros evaluamos cada año el proceso de los chicos y alrededor de los tres años, si vemos que pueden ser integrados a la escuela común, los derivamos a un jardín pequeño. Luego, apuntamos a que pasen a los jardines de 4 o 5 años de gestión privada u oficial. Allí siguen su escolaridad con el acompañamiento de sus maestras integradoras. En este momento hay cuatro nenas en esta situación: Natalia, Vicky, Rocío y Sofía", señaló Bauzá. Cada una de esas alumnas, en promedio, tiene una edad cronológica dos años superior al resto de sus compañeros, pero, según la docente, eso no obstaculiza la adaptación, que suele ser más fácilmente aceptada por sus pares que por los adultos. "Es que aquí -agrega la docente- no entendemos a la integración como un acto voluntario o de caridad. Se trata de que el docente al que es derivado el chico trabaje con nuestra niveladora, le respete sus tiempos, lo espere y le repita las cosas, si es necesario. No que le deje de poner límites como a todos. Sus compañeros esto lo observan, si ven que no es tratado diferente, con condescendencia, lo integran sin problemas. Al principio preguntan: "¿Qué le pasa a éste que habla raro?" Uno les contesta y ya está, se quedan tranquilos y hacen del nuevo compañero su par". Las docentes dejan en claro que el chiquito que no puede integrarse a la escuela común continúa su escolaridad en la escuela especial o en un centro terapéutico, de acuerdo a la complejidad de su patología. Al final de la nota, el grupo de Danilo, Matías, Damián, Florencia, Julio, Brian, Juan Manuel y Carla invitan con galletitas mientras meriendan. Y seguros de que serán protagonistas de un día importante, preguntan si el fotógrafo de La Capital volverá hoy a retratarlos durante su fiesta.
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