"¿Cómo la están pasando, les gusta Victoria? Perdonen, pero esto nos desbordó. La próxima vez vamos a estar más organizados". Así se expresaban los anfitriones entrerrianos a medida que recibían a los muchos turistas que llegaron el domingo en más de doce mil vehículos para disfrutar de una jornada a pleno sol. La Abadía del Niño Dios fue una de las primeras paradas elegidas por la mayoría de los visitantes.
Otros marcharon hacia la costanera y el puerto. Los pocos comedores recibían a los visitantes impacientes por hallar una mesa y comer, de ser posible, un buen pescado. Los más previsores llevaron sus viandas. Mesas y sillas de camping o una simple lona fueron suficientes para organizar un almuerzo rodeado de río y colina.
La plaza San Martín, en el centro, no durmió siesta y tras muchos años de tradición dominguera cambió su público. "Antes a la plaza venían los jóvenes y los grandes nos íbamos a tomar mate a la costanera", detallaba una artesana. El paisaje había cambiado; familias completas eran los nuevos "okupas".
El acostumbrado "puede levantar y mirar", no se escuchaba entre los artesanos. En cambio se oía: "¿Vieron las rejas hermosas que hay frente a las casas, ya fueron para el lado del río? Realmente no esperábamos tanta gente, en un rato empieza la exposición de autos antiguos y al final del día tocará la banda de música".
Parecía que la llegada de visitantes a la plaza no tenía fin y los artesanos iban quedándose sin mercadería. Un animador pedía a los lugareños que se acercaran al escenario a relatar a los turistas sus vivencias y también contó la suya. "Volví a Victoria luego de muchos años, tentado por este enlace vial. Esta ciudad va a empezar a cambiar gracias a ustedes, a nosotros y al esfuerzo de todos", relató.
Ricardo fue el primero en animarse. "Me fui en 1974 y hoy vine a recordarlo", dijo mientras mostraba un viejo carné de conductor emitido por la Intendencia victoriense. Una de las artesanas comentaba desde su puesto que tras 12 años sus parientes de Rosario pudieron venir a comer fideos caseros y no dejaba de recomendar lugares para visitar. "Esto parece un sueño, nosotros también vamos a ir a Rosario a hacer compras", decía.
Nada lerdo, un supermercado -a metros del extremo rosarino del puente- dispuso de promotores que repartieron a los automovilistas un folleto con ofertas. Artistas rosarinos también se cruzaron a buscar un nuevo público.
Paciencia y largas colas
Tomar un café o una gaseosa era posible pero junto al deseo debió estar firme la paciencia. Los bares que rodean la plaza no durmieron siesta ni la volverán a dormir los fines de semana. Charla de por medio, los visitantes esperaban casi una hora para que llegara el cortadito y otro tanto en la fila para usar el sanitario.
Allí también se escuchaban los comentarios de los visitantes: "¿Fueron a ver la parroquia y el frente de la Municipalidad? Qué linda arquitectura y qué colonial que es la ciudad", decían mientras esperaban su turno para por fin usar un baño. Los bares rebasaban de gente, mientras en el de la esquina de Ezpeleta y Sarmiento, un televisor ubicado a unos 15 metros de la entrada mostraba al nuevo presidente hablando. Lo curioso: nadie miraba tan importante acontecimiento. Sólo se escuchaban charlas, risas y un CD de Baglietto que daba el toque de calidez para que los clientes rosarinos se sintieran como en su casa. Los que decidieron volver antes que el sol se pusiera no se salvaron de las demoras. La única estación de gas comprimido reunía una fila de 300 metros de coches. Luego, una hora de embotellamiento en el acceso al puente, donde la empresa concesionaria hacía pasar de a grupos los coches. Similar espera se vivió al llegar al peaje donde ya las bocinas marcaban el límite de paciencia.