Néstor Kirchner asumirá hoy la Presidencia en medio de una expectativa general de cambio profundo en todas las áreas, en un país que aun enfrenta la mayor crisis política, social y económica de su historia. El santacruceño completará en principio el mandato trunco de Fernando de la Rúa e iniciará luego el retorno a la normalidad institucional. Kirchner desembarca en la Casa Rosada con aires de "renovación", y no sólo porque esa fue la estrategia que lo diferenció de sus adversarios. Buscará interpretar desde allí la esperanza de un pueblo que hace años arrastra su frustración por las promesas de reformas nunca concretadas. Aunque hubo una elección de por medio, el nuevo jefe del Estado asumirá con el bajo caudal de votos logrado en primera vuelta (22,34%) ya que Carlos Menem -ganador de esa compulsa- renunció a participar del ballottage. Frente a un desafío cargado de innumerables y urgentes problemas a resolver, el dato no es menor: aunque las encuestas le auguraban un alto porcentaje de sufragios en la segunda vuelta, nunca esa cifra fue corroborada en las urnas. Como justicialista, a Kirchner también le corresponderá la difícil tarea de unificar el partido, fracturado en varias líneas internas y con liderazgos puestos en duda. Aunque parezca que la histórica pelea entre Menem y Eduardo Duhalde quedó en un segundo plano (ninguno detentará ahora el poder político del gobierno), todavía está pendiente la disputa por la jefatura del PJ. Dada la grave situación de la Argentina, el nuevo presidente no puede perder tiempo en peleas partidarias que lesionen al gobierno. De allí, entonces, que la unidad peronista, o al menos la postergación por un tiempo de la puja entre el riojano y el bonaerense, sea un objetivo ineludible. Ante 13 mandatarios latinoamericanos, incluido el cubano Fidel Castro, y el heredero de la corona de España, el príncipe Felipe de Asturias, el patagónico asumirá en una ceremonia que (por primera vez) se realizará en el Congreso. Mientras la primera dama, Cristina Fernández, romperá la tradición y seguirá la ceremonia desde su banca de senadora, Kirchner jurará ante la Asamblea Legislativa a las 15. Luego, Duhalde le colocará la banda presidencial y le entregará el bastón de mando. Ya como jefe del Estado, el santacruceño pronunciará su primer discurso al país, esbozando los objetivos de su gestión. El hombre que nació hace 53 años en Río Gallegos, se recibió de abogado en la década del 70 en la Universidad de La Plata, fue intendente de su ciudad natal y tres veces gobernador de Santa Cruz, tendrá que reorganizar un país fragmentado en lo político, económico y social. Deberá resolver el alto índice de pobreza y la emergencia sanitaria, encarar la renegociación de la deuda pública y las tarifas, impulsar un programa de reactivación económica que permita revertir algo el elevado déficit y devolver la fe institucional. Para este trabajo designó un gabinete joven que -en gran parte- no fue cuestionado. Además, buscó ayuda en figuras sin ataduras a determinadas escuelas políticas o económicas. Kirchner completará hasta el 10 de diciembre próximo el mandato De la Rúa, como corolario de un proceso que comenzó el 20 de diciembre de 2001 con la renuncia del radical. Lo hará por la aplicación de la ley de acefalía, reformada en noviembre pasado, luego de que Duhalde anunciara su decisión de dejar el cargo hoy. La crisis institucional post-De la Rúa hizo que varios dirigentes ocuparan sucesivamente el Sillón de Rivadavia hasta la llegada de Duhalde, quien anticipó los comicios. Su mandato, fijado por la Asamblea, se extendía hasta el 10 de diciembre, pero los turbulentos episodios de Avellaneda, donde fueron asesinados los piqueteros Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, apuraron el fin. Las elecciones tampoco ahorraron problemas, peleas judiciales y discusiones internas hasta llegar al 27 de abril pasado, cuando Menem le ganó a Kirchner en la primera vuelta. Y hubo otro hecho inédito: aunque triunfador, pero con encuestas que auguraban una derrota estrepitosa, el riojano se bajó, dejando a Kirchner con el gobierno en la mano. Ahora, la agitada historia argentina de los últimos años comienza a escribir otro capítulo.
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