Melincué. - Un pueblo de gente sencilla, trabajadora y tozuda, tan tozuda que trabaja a destajo en la contención del agua de la laguna que amenaza arrasar con todo. Las casas, los trabajos y sueños son los tesoros que la naturaleza quiere arrebatarles a los pobladores de Melincué. Pero no le será fácil. Ellos están dispuestos a dar pelea a la crecida. Una pelea desigual ante la magnitud de la laguna y al negro pronóstico de más lluvias, pero cuentan con un arma muy poderosa: el amor por su pueblo.
Como en aquellos malos tiempos, en 1978, el hoy encuentra una vez más a cada habitante de Melincué resistiéndose a ser sepultado por las aguas. Centenares de vecinos están trabajando a más no poder para torcer ese destino que ni aún bajo el disfraz de la naturaleza superpoderosa puede ocultar la responsabilidad humana: la negligencia de funcionarios que deberían haber realizado obras que no existen.
Quizás como un acto reflejo de lo que vieron por televisión sobre la tragedia de Santa Fe, los melincuenses tomaron la iniciativa de luchar palmo a palmo contra las aguas. Esa oportunidad no la tuvieron los santafesinos, que un día se despertaron con el agua al cuello.
Es francamente conmovedor observar cómo hombres, mujeres y niños de este pequeño pueblo trabajan en la contención de algo que parece inminente: el desborde de la laguna de Melincué. La colocación de bolsas de arena o pilotes de tierra es una tarea que mantiene unida a la comunidad, la última esperanza para erguir la cabeza y mantener la dignidad a salvo.
Saben también que tienen pocas chances y en eso coinciden todos. Por eso no escatiman esfuerzos y se turnan para trabajar en la construcción de precarios diques de contención.
El orgullo de los "lomos salados"
Los lomos salados, como se los denomina en la zona a los habitantes de este pueblo, saben de las bondades de la laguna y también las aprovecharon. En los 70 ese complejo turístico congregaba a miles de personas y ellos supieron aprovechar ese período de bonanza.
El crecimiento económico de ese lugar fue la envidia de la zona y así se reprodujeron como hongos los locales comerciales, restaurantes y bares. Pleno empleo era una palabra común en Melincué y las divisas ingresaban de la mano de esa laguna, entonces controlable y mansa.
Pero claro, también saben de las deslealtades de una laguna que en el año 1978 decidió arbitrariamente ingresar sin permiso al pueblo. Un idéntico panorama al actual fue el que atravesó la comunidad por aquellos años aunque un tanto más agravado ya que las aguas habían ingresado decididamente al pueblo provocando mucho daño.
Con ello se desvanecieron las ilusiones de sus habitantes. La laguna ya no fue lo mismo y las miles de personas que verano tras verano la visitaban, hoy sólo forman parte del anecdotario popular. Como muestra sobra un botón; alrededor de 40 mil personas desfilaban por la laguna durante los fines de semana. Venían de todas partes y Melincué se había convertido en el embudo turístico por excelencia.
Las aguas ya no son lo mismo. Aquella laguna que hasta el 78 trajo bonanza y crecimiento en la comunidad, desde ese año se convirtió en la excusa ideal para escaparle a un destino signado por la intranquilidad. Centenares de personas emigraron hacia otras localidades y prácticamente vaciaron a un pueblo que pasó de tener algo más de 6.000 habitantes a 2.500. La laguna no era lo mismo que en los setenta.
El hotel más famoso
La imagen más cabal de la mutación de la laguna lo ofrece el hotel más famoso de la zona que, como una mueca adversa del destino, reposa mansamente dentro del agua, a unos 2.000 metros de la costa. Desde 1978 es un cascarón vacío que sólo sirve de refugio para aves. La mitología popular indica que era "uno de los mejores hoteles que había en la Argentina". Nunca se supo verdaderamente si esa apreciación, muy común entre los melincuenses, se ajustaba a la realidad o si formaba parte del orgullo local. Lo cierto es que miles de personas lo disfrutaron; hasta que el agua lo atrapó para siempre.