Año CXXXVI
 Nº 49.847
Rosario,
martes  20 de
mayo de 2003
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Reflexiones
Las dos epidemias

Adolfo Aguilar Zinser / Reforma (México)

Hasta el viernes 16 y conforme a datos de la Organización Mundial de la Salud, se habían reportado 7.628 casos probables del síndrome respiratorio agudo severo conocido en todo el orbe por las siglas Sars. Los muertos ascienden a 587 personas. El origen del mal se registró en China donde se presenta la gran mayoría de los casos -alrededor de 5 mil, de los cuales han causado la muerte cerca de 280-. A partir de ahí se diseminó a Hong Kong que registra más de 1.600 personas infectadas; después brincó -se supone por vía de las aerolíneas- al resto de Asia donde se han registrado casos en Singapur (205), en Taiwán (172), en Vietnam (63) y muchos menos en Filipinas, Tailandia, Malasia, Indonesia y otros países, incluso en el Pacífico sur, como en Australia y Nueva Zelanda. De esas regiones la epidemia se ha extendido también por jet a América. En Canadá se han registrado desde noviembre 145 casos, en Estados Unidos 64, en Brasil dos y en Colombia uno. Cuando menos 13 países de Europa han detectado ya a pacientes con síntomas de insuficiencia pulmonar que tienen el virus del Sars, aunque en ninguno de estos países en lo individual se registran hasta ahora más de 10 pacientes. En el continente africano, tradicionalmente la región más asolada por todas las pestes, epidemias y enfermedades endémicas conocidas, sólo se ha presentado un caso en Sudáfrica. En total son 29 los países donde al día de hoy se sabe que ha llegado ya el Sars.
En comparación con el alcance actual del Sars, casi cualquier otra de las enfermedades contagiosas que pululan hoy en el mundo afecta a un número mucho mayor de personas. No obstante, esta es hoy por hoy la enfermedad de moda. Hace algunas semanas dije que el impacto psicológico del Sars tenía que ver con el miedo a lo desconocido, propio de las culturas occidentales que confían plenamente en el poder del conocimiento y hacen descansar su seguridad en la tecnología. Anticipé que en cuanto se descubriera la causa y los científicos se pusieran a trabajar en el antídoto, la fama del Sars se desvanecería y pasaría a ocupar su lugar en la gaveta de las enfermedades conocidas y tratables. No ha ocurrido así. Los laboratorios científicos han logrado ya aislar el virus que provoca esta insuficiencia respiratoria que puede ser fatal y se trabaja a marchas forzadas para encontrar una fórmula de prevenirla y de curarla. No obstante los avances del conocimiento y el hecho de que las víctimas fatales no asciendan a más del 10 por ciento de los infectados, lejos de disiparse, el temor al Sars se ha magnificado al punto de ser ya una verdadera catástrofe económica. Hay en este fenómeno una extraña interacción, entre Oriente y Occidente, un contagio mutuo, una combinación de factores culturales, comunicativos y políticos que han hecho del Sars uno de los episodios médico-sociológicos más extraordinarios de nuestra era. Se trata en efecto, como muchos analistas en el mundo lo han hecho notar, de un subproducto inesperado de la globalización.
"Sars es la historia no de una sino de dos epidemias", escribió hace poco en el Washington Post David Rothkopf, presidente de una empresa consultora de salud pública. "No es la epidemia viral, escribe Rothkopf en la edición del 11 de mayo del citado diario, sino más bien la epidemia informática" -a la que llama "infodemic"- lo que ha hecho que el Sars se transforme de una crisis regional de salud, en una debacle económica y social global. ¿Qué significa esta infodemic? El mismo Rothkopf responde: "Unos cuantos datos de la realidad mezclados con el miedo, la especulación, el rumor, amplificados y diseminados por todo el mundo gracias a las tecnologías modernas de la información, han afectado a las economías nacionales e internacionales, a la política y aun a la seguridad de maneras absolutamente desproporcionadas, sin relación con la realidad". "Se trata, agrega, de un fenómeno que hemos presenciado con gran frecuencia en años recientes, no sólo en nuestra reacción al Sars sino, por ejemplo, en nuestras respuestas al terrorismo y aun en relación a sucesos relativamente menores como la vista de tiburones en las playas. En los últimos dos años las epidemias informativas han dejado a muchas líneas aéreas y a la industria turística global en el pabellón de los cuidados intensivos. Los efectos futuros pueden ser todavía mayores", concluye Rothkopf.
De China partió la epidemia del Sars y en Occidente se originó la infodemic. Uno de los factores que detonaron ambas fue que en un principio las autoridades sanitarias chinas intentaron ocultar la aparición del Sars. Al detectarse fuera casos de la epidemia desconocida, se provocó una reacción airada y en buena medida desproporcionada que expuso a su vez a China a los efectos adversos de la infodemic. Hasta hace unos cuantos meses China parecía inmune a cualquier suceso o adversidad que partiera de Occidente. Su economía, ajena a los vaivenes del mercado mundial, mantenía desde hacía varios años tasas de crecimiento formidables. Ahora a causa de la doble epidemia las cifras del mes de abril muestran un freno al crecimiento económico del país más poblado del mundo. Es así previsible que en vez de una tasa superior al 9 por ciento, la economía china tenga una expansión menor al 6 por ciento. El efecto del pánico por el Sars se ha dejado sentir en toda Asia. Los vuelos procedentes de Norteamérica a la región registran una reducción del 85 por ciento de los pasajeros y los negocios hoteleros reportan una baja hasta del 25 por ciento. Las quiebras en Hong Kong han crecido en 74 por ciento y las ventas al mayoreo se han desplomado a la mitad. A su vez y conforme a cifras del Banco J.P. Morgan la economía canadiense, el país más afectado fuera de Asia, absorbe una pérdida de 30 millones de dólares diarios.
La doble epidemia tiene también algunos efectos paradójicos asociados a la mentalidad y a los mecanismos de respuesta social y cultural de los pueblos ante las adversidades. En China misma, donde los efectos de la infodemic combinados con las medidas draconianas que después del mutismo inicial adoptaron las autoridades para controlar la epidemia, el Sars ha traído también un boom inesperado de la medicina tradicional. Al mismo tiempo que se vacían los hoteles y los negocios de los extranjeros en China se paralizan, toneladas de productos herbolarios y animales a los que los chinos atribuyen poderes medicinales son insuficientes para satisfacer una súbita y frenética demanda. Sin importar que las autoridades médicas digan que aún no se ha encontrado un remedio eficaz contra el Sars, en las calles de Beijing florece con vertiginosidad el mercado de los remedios, de las pócimas, las hierbas, las cremas, las sustancias desinfectantes, las máscaras, etcétera. La prensa extranjera reporta cómo en algunos barrios de esa capital las víctimas potenciales del Sars vacían incesantemente los estantes e incluso se arrebatan en las tiendas, unos a otros, productos de los que creen depende su sobrevivencia. Hay por ejemplo una inyección hecha del timo de toro recién nacido y un jarabe del bazo de animal sano, a los que se les conceden atributos curativos excepcionales que son demandados por millones de personas. Los chinos que han sido durante siglos vulnerables a las más grandes calamidades, que han sufrido por millones y millones, las hambrunas y las pestes, se sienten ahora, por el efecto contagioso de la información, amenazados e inermes ante una epidemia que no ha cobrado aún 300 vidas.
El Sars es una epidemia de pronósticos aún reservados. Es cierto que no ha llegado todavía a su pico de crecimiento y no se sabe cuál pudiera ser su alcance. Por ello el Sars provoca el pánico. Sin embargo, más que la enfermedad, es la explosión informativa la que ha hecho de ésta una verdadera peste.


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