 |  | Opinión: Vamos Argentina, todavía
 | Pablo Arias / DyN
Los diarios del fin de semana dan cuenta con detalle de la cadena de éxitos del deporte y de los deportistas argentinos en el exterior, en particular los de la última semana. Es un fenómeno que, en verdad, se viene dando desde hace un tiempo. Y parece haberse intensificado desde que la economía del país entrara en colapso a fines de 2001. Se dio entonces una extraña ecuación: cuanto peor está el país, el deporte argentino, como en la metáfora olímpica, llega "más alto, más fuerte, más lejos". Sería simple decirlo como si se tratara de una verdad consagrada, pero la tentación a registrarlo es fuerte: cuando el país pierde, su deporte gana. Veamos. Los triunfos sucesivos por la Copa Libertadores, con apenas 24 horas de diferencia, de River y Boca en canchas brasileñas, a menudo portadoras de cierta forma de maleficio que las hace ver casi como invencibles para los argentinos, vinieron acompañadas de un placer adicional. La frutilla del postre: obligaron a los brasileños de Corinthians (San Pablo) y Paysandú (Belem) a bajarse del torneo. Sigamos. El póker de ases argentinos en la final de tenis del Masters Series de Hamburgo, hecho único en la historia del tenis mundial, que ayer coronó a Guillermo Coria, el pibe de 21 años de Rufino, estandarte de la Santa Fe dañada por las aguas. Y puso entre los top ten del tenis mundial a dos chicos de estas tierras, el propio Coria (séptimo) y el cordobés David Nalbandian (octavo), quien el año pasado rozó la gloria máxima de Wimbledon. Sigamos. Las manos, mitad de orfebre, mitad de mago, de Emanuel Ginóbili, el bahiense que cumple una histórica primera temporada en la NBA, la ultracompetitiva liga de los Estados Unidos. Ginóbili brilló en su equipo, los Spurs de San Antonio, Texas, y fue clave para llevarlo a la final de la Conferencia Oeste después de eliminar en los playoff al supercampeón Los Angeles Lakers. Acaso haya una clave para entender el buen momento que, desde hace unos años, vive el deporte nacional, que perfecciona y da más brillo a los logros del fútbol profesional en competencia entre clubes. Los últimos tres secretarios de deporte a nivel nacional, en gobiernos de distinto signo y orientación, fueron hombres del deporte: Hugo Porta (Carlos Menem), Marcelo Garraffo (Fernando De la Rúa) y Daniel Scioli (Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde). Claro, también hay otro. El deporte olímpico argentino sigue en manos del imperturbable coronel (RE) Antonio Rodríguez, vicepresidente, además, de la Organización Deportiva Panamericana (ODEPA), un hombre que llegó con la dictadura y se quedó. No lo movieron los fracasos de otros tiempos y ahora disfruta los éxitos. Un caso de asombrosa perdurabilidad. Un dirigente de la vieja época. Estamos a pocos meses de los XIV Juegos Deportivos Panamericanos, la máxima cita del deporte continental, a disputarse en Santo Domingo, República Dominicana. Allí se verá si esta ecuación de país en default y tensiones sociales y políticas extendidas refleja nuevamente un deporte exitoso. No sería deseable que esa tendencia se consolide. Sería bueno que se revierta. Que el deporte argentino pueda brillar en un país que se recupera y recobra estándares de dignidad personal para sus gentes y credibilidad externa. Como su deporte y sus deportistas. Es un deseo y vale dejar constancia. ¡Vamos Argentina, todavía!
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