| | Flexibilidad en la Cancillería
| Pablo Díaz de Brito / La Capital
El episodio de surrealismo riojano en que consistió la renuncia de Menem al ballottage eximió tanto del voto como de confrontar las políticas de ambos ex candidatos, incluida la internacional. Sólo queda estudiar la que se supone hará Kirchner y quien resulte su canciller. Ruckauf, demasiado pro-Washington para el gusto actual, será sustituido por alguien más en sintonía con el "mercosurismo", doctrina que, luego de atravesar su momento más negro con la devaluación del real en el 99, ahora resulta nuevamente muy trendy. En todo caso es obvio que Argentina, un país mediano-chico muy debilitado y endeudado, tiene márgenes estrechos de elección en lo que refiere a las relaciones internacionales. En este marco, el Brasil de Lula será el escudo para hacer políticas menos Washington-dependientes que las conocidas en los 90. Menem, al plantear un retorno sin matices a esas políticas, caía en un evidente anacronismo. Guste o no, los 90 se terminaron y el consenso de Washington está en declive. Esto se ve en la conducta de gobiernos que parecían predestinados a hacer una política muy amiga de la Casa Blanca. El presidente mexicano Fox, por ejemplo: no apoyó a EEUU en el Consejo de Seguridad sobre la guerra a Irak y, hace pocos días, rechazó de plano un increíblemente torpe planteo de la comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara baja estadounidense. Los republicanos que la dominan propusieron que México entregara la petrolera estatal Pemex a capitales estadounidenses a cambio de un buen acuerdo sobre inmigración, una meta estratégica para este país. Otro gobierno bien sintonizado con Washington, el del chileno Ricardo Lagos, hizo la misma opción que México en la ONU sobre el tema Irak, pese a tener pendiente de aprobación parlamentaria en Washington el ansiado TLC con EEUU. En suma, el radicalismo de Bush en política exterior tuvo su inevitable respuesta negativa en América latina, aun de parte de los gobiernos más cercanos a Washington. Lo mismo debería ocurrir en líneas generales con Argentina. Más que una oleada de gobiernos de izquierda, lo que se observa en la región es que hay más presidentes partidarios de una política exterior multilateralista. Se excluyen aquí, claro, patologías políticas como el venezolano Hugo Chávez o el boliviano Evo Morales, campeón de los cultivadores de coca que casi llega a presidente. Entre las presiones del FMI, los mercados y la administración republicana de un lado, y Brasil, el Mercosur y los demás gobiernos latinoamericanos de otro, Argentina deberá hacer un continuo equilibrio. El país tendrá que mostrar una dosis de gestos "soberanistas" para consumo interno y de la platea regional, y a la vez tomar decisiones concretas que, según el caso y la muñeca que muestre el gobierno, se inclinarán para alguno de los dos campos citados. Quien guíe la política exterior deberá jugar con inteligencia entre estos dos polos y sacar el máximo provecho posible para el país. Hacer seguidismo, sea de EEUU o de Brasil, como proponen los ideólogos de las posiciones extremas, demostraría escasa astucia y además traería pocos réditos. Que el nuevo gobierno tenga el capital humano para llevar adelante esta política exterior inteligente y pragmática no es, ciertamente, una cosa descontada.
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