Angel Chavo Cappelletti, un periodista que trabaja en Radio La Red de Santa Fe, vivió en carne propia los estragos de la inundación. Su casa fue tapada por el agua y él, su mujer, sus dos pequeños hijos y su suegra perdieron absolutamente todas sus pertenencias. Pero eso no fue lo peor. Lo terrible fue que Cappelletti casi pierde la vida, porque cuando quiso salir, el agua ya le llegaba al cuello y no sabe nadar.
Aquí, el testimonio que el propio Chavo escribió sobre los dramáticos momentos que le tocó vivir, y que aún no terminaron. "Ese martes, bien temprano, me comentó Lucy -mi suegra- que los vecinos de Santa Rosa dieron el alerta entre ellos «viene el agua», me dijo. Me quedé inquieto. Ellos, los baqueanos del barrio conocen más que cualquiera, pensé.
"Me fui a trabajar como todos los días. Leía las informaciones, pero mi mente estaba en otro lugar. Las radios traían noticias poco alentadoras. A las once no aguanté más y volví a mi casa. «Levantemos lo que podamos», le sugerí a Alicia -mi esposa-. Así le cambiamos la fisonomía habitual al hogar. Lautaro, mi hijo de cinco años, miraba sin entender lo que hacíamos. Poco después la buscamos a Camila, de dos años. Ella estaba en el jardín de infantes.
"Seguíamos escuchando la radio y levantábamos todo. Mi suegra ya estaba en su casa y el agua se venía inexorablemente. De calle Solís, donde vivo, fui corriendo hasta Lamadrid. El agua que salía de las bocas de tormenta había inundado las esquinas. Volví corriendo. Pilo -un amigo- me dijo que sacara el auto y que lo llevara más cerca de avenida Freyre. Le hice caso y lo estacioné en una cochera del centro. Regresé. «Prepará un bolso con ropa de los chicos y andate», le dije a Alicia. Le preparó una mamadera para Camila y salieron. Los seguí con la mirada hasta la esquina. A paso presuroso, se perdieron de mis ojos. Me quedé solo.
"Fabián y Carlitos -mis vecinos más cercanos- estaban en la puerta. Ellos también esperaban una noticia alentadora. Sonó el teléfono. Era Lucy: «El agua está filtrando y ya pasa la vía», me avisó. Me asomé a la calle. Todo era caos. La gente corría sin saber adonde ir. Marcelo y Oscar -compañeros de la radio- llegaron para ayudarme. Sacaron algunas pertenencias. El agua inundaba la calle. «Váyanse que ya está», les dije.
Un poco más solo
"La llamé a Alicia que estaba en la casa de su tía. Le pregunté por Lautaro y Camila. «Está llegando el agua», le avisé. El líquido pasaba con una fuerza increíble. También los camalotes. Aparecían cucarachas, alacranes, arañas y no sé qué otros bichos. Se cortó la luz. Ya no había radio. Estoy un poco más solo, me dije.
"Fabián y Carlitos me preguntaron si estaba bien. Les dije que sí, pero el agua no se detenía. Entró a mi casa, llegó al nivel del zócalo y lo superó. Sonaba el teléfono una y otra vez. Eran familiares y amigos, estaban preocupados. El agua no se detenía. La tenía casi a la altura de las rodillas. Fui al dormitorio de mis hijos, miré los juguetes, abrí el ropero. Empecé a embolsar sus ropas y las llevé a la terraza.
"Al rato llegó mi cuñado Eduardo. Ya había rescatado a mi suegra y ahora me venía a dar una mano. La noche se acercaba. Después de un rato le dije que se fuera. Pero la puerta del frente ya no se abría. Había que saltar por la terraza hacia la casa del vecino, y de allí al suelo. Lo hizo. Le grité para saber si estaba bien. Me contestó que sí, y se volvió hacia mí para saber si quería algo. Le dije que no y se fue. El agua subió y llegó a la altura del teléfono. Lo desconecté. Ahora estoy solo con mi alma, pensé. Le hablé a las cosas que quedaban en pie. Miré los juguetes. Les conté que Lautaro y Camila estaban bien y que pronto volverían con ellos.
"Seguí llevando cosas a la terraza. Me asustó un ruido, era la heladera que el agua tumbó. Se vino la noche y con la poca carga que queda en el celular lo llamé a Fabián -mi vecino-. «Ya me fui. Te llamaba y no me escuchabas», me dijo. Lo llamé a Carlitos, mi otro vecino, y me respondió que se iba al primer piso de un amigo, enfrente de su casa. Sentí pánico. Miedo. Pensé en Alicia y los chicos. Se me cruzaron las imágenes de Lautaro y Camila perdiéndose de mi vista en la esquina. Los llamé. «Vení con nosotros, dejá todo», me suplicó mi mujer.
"No pude abrir la puerta del frente. Salté por la terraza de Carlitos, bajé por la escalera y salí por la ventana. Era de noche. La noche más oscura de mi vida. El agua me llegaba arriba los hombros. «En la calle te va a tapar», me gritó el tío de Carlitos. Caminé despacio y me acerqué al borde de la calle. No sé nadar. «Te va a tapar...» Esas palabras retumbaban en mi mente. Estaba jugado. Quería ir con los míos y tenía que cruzar como fuese.
"De pronto me iluminó una linterna desde la vereda opuesta. «¿Quién sos?», me preguntó alguien. «Soy Angel Cappelletti. Quiero cruzar la calle pero no sé nadar», contesté. «Esperá, soy el Cordobés. Te ayudo», me contestó. Con el Cordobés había hablado una sola vez en mi vida y vive a metros de mi casa. Me ayudó a cruzar la calle. Me salvó la vida. Me acompañó una cuadra y le dije que volviera con su familia. No sé cómo agradecerle lo que hizo por mí. Llegué por calle Vera hasta donde estaba mi familia y subí al primer piso. Me recibió Alicia. Nos abrazamos. Los besé a Lautaro y a Camila. Me recibieron los parientes. Le di un beso en la frente a Lucy. Ella tenía la mirada perdida en el horizonte.
"Pasamos la noche en esa casa. Gritos y sirenas es lo único que escuchamos. Amanecía. El agua seguía en ascenso y amenazaba al primer piso. Nos vinieron a buscar. Subimos a una lancha. Escuché sólo llantos. De Alicia, de Lucy, de Camila. Sólo Lautaro estaba contento por su viaje acuático. Llegamos a la esquina de Vera y San Juan. Nos bajaron. Nos esperaba Jorge -un amigo-. Nos llevó a su casa. Café caliente para todos. Yo tenía puesto un short y un buzo prestados. Eso fue todo lo que me quedó".