 |  | cartas Un país que no entierra a sus muertos
 | La expresión "cadáver político" se utiliza como calificativo para aquellas personas que por diversos motivos pierden su capacidad de seguir manteniéndose en la danza de candidatos para ocupar cargos. Por ser precisamente ésta su condición, el resto de sus colegas los hacen a un lado. Esto en la Argentina hace años dejó de suceder. Una señora de unos 70 y pico de años y algo perdida decía unos días antes de las elecciones. "Yo voto a Perón porque Evita me dio la casa donde nací". Una expresión que al extranjero puede resultar extraña, teniendo en cuenta que Juan Domingo Perón murió en 1974. El pueblo argentino es así. Tiene como ningún otro la capacidad de resucitar los cadáveres y de no enterrar a sus muertos. El caudal de votos logrados por el ex presidente Carlos Menem es una prueba de lo primero y los atentados no esclarecidos a la Amia, a la Embajada de Israel, los 25 muertos de la trágica jornada del 19 y 20 de diciembre de 2001 que derrocó a De la Rúa y los piqueteros muertos en Avellaneda durante la represión policial el 26 de junio de 2002 son testigo de lo segundo. Los 10 años de menemismo generaron en la Argentina un salto tecnológico como ningún otro y produjeron un cambio en cuanto a política exterior que nos acercó a los llamados países del primer mundo. Se privatizaron las empresas nacionales y la paridad cambiaría se mantuvo en 1 a 1 con el dólar durante años. La política económica de Domingo Cavallo (otro "cadáver resucitado") "estacionó" al país en una irreal competencia con el extranjero que fue sostenible mientras las reservas del Banco Central lo permitieron. Reservas que fueron usadas además para generar en el pueblo una falsa sensación de bienestar, con el beneplácito de los organismos de contralor extranjeros y la incauta mirada de los argentinos. Con el fin de la presidencia de Carlos Menem en el 2000 quedaban atrás las sospechas de corrupción, el excesivo gasto público de años, los personajes indeseables y la fiesta de la que el pueblo y los prestamistas también fueron cómplices pasivos. Menem se fue y dejó una bella imagen de cartón que, como los malos decorados de película, se cayó al primer viento y dejó al descubierto la miseria y el desastre que los menos incautos veían desde tiempo antes. Si hay algo que no se le puede desconocer al ex presidente es su capacidad de estratega de la política. Sus manejos se orientaron a convencer a la opinión pública de que la inutilidad de sus sucesores destruyó una Argentina en crecimiento y en marcha (quede a la libre interpretación si es cierto o no). Yo preferiría decir que la inutilidad de los que vinieron posibilitó que, como lázaro de su tumba, Menem regresara de su ocaso nuevamente a ocupar la escena política argentina. Eso no habla muy bien de nosotros. Que en tres años no hayamos podido encontrar una organización política que apuntale los sueños de miles, no quiere decir que él sea el mejor, sino que a nosotros nos falta mucho por aprender. Miguel Albornoz
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