Año CXXXVI
 Nº 49.829
Rosario,
viernes  02 de
mayo de 2003
Min 14º
Máx 21º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com





Catástrofe. Angustia, desesperanza y resignación en los centros de evacuados
"El martes pasado se terminó todo"
Miles de familias quedarán marcadas para siempre por la tragedia. Muchos todavía buscan a sus parientes

Marcelo Carné / La Capital

Santa Fe. - "El agua se llevó lo poco que nos quedaba. Yo era canillita pero tuve un derrame cerebral y hace 10 años que no trabajo porque quedé incapacitado. Con mi mujer y mis nueve hijos estábamos viviendo con un plan para jefes de hogar, pero creo que el martes pasado se terminó todo". El desgarrador relato de Alfredo Roda, cuya apariencia denota varios años más que los 38 que figuran en su documento, patentiza el drama de miles de familias cuyas vidas quedarán marcadas para siempre por la más grande catástrofe que azotara esta ciudad en sus más de cuatro siglos.
Este diario recogió testimonios en centros de evacuados montados en distintos puntos de la ciudad (140 en total), entre ellos los existentes en la Iglesia de los Milagros de los Padres Jesuitas, frente a la Casa Gris, donde se alojan unas 600 personas. Aquí la mayoría de las familias proviene de San Lorenzo, Chalet y Centenario, tres de los barrios que las aguas del Salado se devoraron en minutos.
Alfredo contó que la crecida no dio tiempo a nada. "Cuando unos vecinos nos avisaron, ya teníamos el agua a una cuadra. Media hora después nuestra casa estaba inundada. Perdimos todo. Esta mañana (por ayer) quise ir pero hay tanta agua que no pude llegar", se lamentó con un gesto de resignación.
A pocos metros de los Roda, separada por los bancos de la iglesia que se distribuyeron en improvisados compartimentos de tres metros cuadrados para alojar a las familias evacuadas, Soledad de Paulino, una joven robusta y trigueña de 20 años, reclama pañales y zapatillas para sus cuatro hijos. Mientras, le implora al periodista que "haga algo" para poder ubicar a su esposo. La vivienda donde Juan Paulino (42) y Soledad convivían hasta el martes en el barrio San Lorenzo, tiene más de un metro y medio de agua.
Al drama del desarraigo se suma la angustiante situación generada por el desencuentro. Soledad se fue, con sus cuatro pequeños a cuesta, poco antes de que la casa se inundara, mientras Juan se quedaba en el techo por temor a los saqueos y con una leve esperanza de salvar algo. "Creemos que puede estar en algún centro de evacuados, por eso mis hermanos que están acá conmigo salieron a buscarlo, y también tratamos de ubicarlo a través de los medios", relató Soledad con una mueca de dolor y su bebé en brazos.

Junto a la pila bautismal
Carlos Alberto Martínez tiene los ojos enrojecidos y la mirada perdida. Está sentado junto la pila bautismal de la iglesia anexa al Colegio de la Inmaculada. La medianoche del martes su rotisería del barrio Centenario, a la vuelta de la cancha de Colón, quedó sumergida. Y con su local también se hundieron todas sus ilusiones. "Sé que no voy a recuperar mi negocio porque se me arruinaron el horno parrillero, tres heladeras, dos hornos pizzeros y todos los electrodomésticos de mi casa. Será imposible reponer todo eso... imposible", dijo desesperado, tomándose la cabeza. "Por favor, poné que me ofrezco para cuidar casas, lo que sea", suplicó al cronista para que incluya su dramática demanda.
En la búsqueda de un familiar también está María Acha (37) quien gracias a la solidaridad de sus ex patrones de una inmobiliaria pudo alojarse con sus tres hijos, su nuera y su pequeño nietito Santiago en un local comercial desocupado. Llegó al centro de evacuados buscando a sus padres, Jesús Acha y Benjamina González, y a su hijo mayor Sergio. El muchacho había salido a hacer un mandado a la mañana y antes de su regreso la familia tuvo que abandonar la casa inundada, en Monseñor Zazpe al 4000.
En el patio del colegio, un grupo de chicos se distrae con tizas jugando al tatetí bajo la mirada resignada de sus padres, mientras Guadalupe Larrosa reclama el paradero de su hijo Jaime (21). "Me dijeron que lo vieron en el puerto, por favor que le avisen que yo estoy acá y sus tres hermanos en la escuela Verna. Todos estamos bien", pidió la mujer, cuya familia quedó dispersa en distintos centros luego de abandonar su vivienda de pasaje Galisteo, en barrio Chalet. Y aunque la impiadosa naturaleza haya arrasado con su hogar, Guadalupe confiesa sus deseos de regresar: "Acá nos atienden muy bien, nos dieron comida, colchones y ropa. Pero quiero reecontrarme con mis hijos para volver cuanto antes a mi casa, aunque el agua no nos haya dejado nada".


Notas relacionadas
En busca de un colchón
Sin clases en la capital
Diario La Capital todos los derechos reservados