Tomás se acerca una vez más la cantimplora a los labios y deja que un sorbo de agua le quite la sequedad de la boca. Hace más de tres horas que empezó el trekking por la silueta rocosa de la Pampa de Achala y a pesar de que sus pasos ya no tienen el mismo vigor que al comienzo, interiormente percibe que el último esfuerzo tendrá recompensa. El sonido del agua que corre entre las piedras denuncia la proximidad de la quebrada del río Condorito, sitio que da nombre al primero y único parque nacional de la provincia de Córdoba. De repente, entre la densa vegetación se abre una amplia ventana por donde el sol se clava con la fuerza de un puñal. Hacia allí dirige la mirada el niño de 10 años, como si supiera que era el momento de recibir el tributo luego de la extensa caminata. Entonces levanta la vista y contempla cómo el majestuoso cóndor dibuja círculos perfectos en las alturas. La cara de Tomás esboza una sonrisa de admiración y sus ojos parecen brillar un poco más. Ya distinguió al amo del firmamento y sabe que puede bajar tranquilamente la mirada: la imagen se grabó para toda la vida. La experiencia ocurrió hace apenas unos días, tenía que ser un sábado de Gloria.
La propuesta era más que interesante: aprovechar los días de Semana Santa para visitar uno de los escenarios naturales más bellos de la provincia de Córdoba, el Parque Nacional Quebrada del Condorito, de una superficie aproximada de 40.000 hectáreas, situado sobre la ruta de las Altas Cumbres, a 55 kilómetros de Villa Carlos Paz.
El principal atractivo del parque es la quebrada del río Condorito, sitio utilizado por los cóndores como escuela de vuelo para los pichones, debido a las excelentes corrientes térmicas que permiten a los pequeños ejemplares planear sin la necesidad de gastar energías en el aleteo.
Primeros pasos
La aventura comenzó el viernes santo en el paraje La Pampilla, situado a unos 55 kilómetros de Villa Carlos Paz, por el camino de las Altas Cumbres que comunica a esta ciudad con Mina Clavero. Sobre la ruta un cartel alerta sobre la presencia de este paraje. Entonces, hay que trasponer una tranquera y caminar aproximadamente durante media hora por un sendero peatonal del que se descuelgan magníficos valles salpicados de piedras oscuras, hasta que las letras amarillas inscriptas sobre el pórtico de madera anuncian el ingreso al Parque Nacional.
Ya en el interior los 25 aventureros procedentes de Rosario y alrededores, entre ellos el pequeño Tomás, desandaron bajo el cielo plomizo los últimos metros de la caminata hasta llegar a la Cañada del Hospital, cerca del Centro Operativo Achala, donde habita el guardaparque. Allí se instalaron en el campamento base, integrado por una tienda comedor y carpas de tipo iglú para dos y cuatro personas.
Desde el cielo bajaba una llovizna pertinaz sobre esta zona de la Pampa de Achala. A pesar de ello, el contingente repuso energías en el campamento y luego de la presentación de rigor, comenzó el trekking por la geografía que se eleva hasta los 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar.
El primer día sirvió para llegar hasta el balcón norte de la quebrada del río Condorito, desde donde se aprecia el paredón sur, sitio donde nidifican los cóndores. La caminata dura aproximadamente tres horas, entre ida y vuelta, por un paisaje sublime. De regreso el grupo compartió unos exquisitos tallarines y casi sin sobremesa, cada uno se dirigió a la carpa asignada con la intención de cargar las pilas para el día siguiente.
El sábado fue realmente de Gloria. El cielo despejado recibió al sol con los brazos abiertos. El paisaje abandonó el tono gris de la jornada anterior y adquirió un brillo fascinante. Luego de un café con leche acompañado con tostadas y mermelada, el grupo en fila india emprendió la segunda excursión de trekking.
El objetivo de la caminata era descender a la quebrada y almorzar junto al río Condorito, bajo el vuelo de los cóndores y otras especies de aves, de las 150 que habitan el parque nacional. Para arribar al curso de agua hay que descender una escalera natural de piedra, donde la vegetación se multiplica combinado tabaquillos y helechos silvestres.
Cerca de la quebrada, a intervalos regulares, la monotonía del cielo se altera con la presencia dominante del cóndor, que planea en las alturas desplegando su impactante figura. De ala a ala llega a medir tres metros, su altura es de 1,20 metro y puede vivir aproximadamente 70 años. Ante su presencia todos levantan la vista y hasta que no se aleja nadie vuelve a bajar la mirada, lo que demuestra la seducción que despierta el avistaje del cóndor.
El sábado culminó con un sabroso plato de arroz y un postre de lujo: panqueques rellenos con dulce de leche. Luego llegó el momento de intercambiar anécdotas y escuchar atentamente el testimonio de los lugareños, como Claro Molina (44), que habita en la zona junto a su familia y no olvida aquel día que cruzó la mirada con un puma que después de unos minutos afortunadamente se alejó.
Si bien la excursión terminaba el domingo de Pascuas por la mañana, con el traslado a pie hasta la ruta todos sabían que esa noche era la despedida. Luego de la cena, cuando la luz de la luna y las estrellas se filtraba por las ventanas de la tienda comedor, se escuchó el sonido inconfundible de un corcho cuando abandona la botella. Era el momento de levantar la copa (vaso de plástico para la ocasión) y brindar por la solidaridad de los aventureros y la magnífica quebrada donde los pichones agitan por primera vez las alas en el aire. El cabernet souvignon se deslizó suavemente por los labios, con la sutileza con que los cóndores dibujan círculos en el cielo.