Darío del Arco
Con las cartas aún revueltas, sin debate y propuestas sigilosamente guardadas por temor, los candidatos se encaminan a enfrentar el tramo crucial de la campaña electoral que desembocará en los comicios del próximo domingo. El cuadro de "empate técnico" que vaticinan los encuestadores ha redoblado el empeño de los postulantes que, en lo que queda hasta el comienzo de la veda política, intentarán conseguir un haz de luz que los despegue de sus más enconados adversarios. El oficialista Néstor Kirchner echó mano desesperada al ministro de Economía, Roberto Lavagna. Dio indicios, primero, de que jugaría en su equipo y luego buscó sin disimulo las bondades de la TV para repetir una y mil veces que Lavagna no sólo estará de su lado, sino que será, además, su ministro de Economía. Kirchner y Lavagna estuvieron hasta hace muy poco distanciados, pero la necesidad tiene cara de hereje. Por eso, y por la fuerte apuesta que Eduardo Duhalde hace en estos comicios, es que el titular del Palacio de Hacienda quedó definitivamente sumergido en el agua de una guerra que no considera del todo propia. La incorporación de Lavagna para intentar dar previsibilidad al proyecto del candidato oficial, y un apriete de Duhalde a los jefes territoriales del conurbano bonaerense, es la apuesta fuerte en estos días del santacruceño que ansía ampliar la base del apoyo independiente como forma de despegarse de sus contrincantes, especialmente de Carlos Menem. Y desde el gobierno han hecho, a su vez, todo lo posible: la ampliación a 200 pesos del salario no remunerativo para los privados, el rescate de las cuasimonedas, la apertura del corralón y la abstención en la condena contra Cuba por los derechos humanos han sido medidas tomadas con un ojo en la administración y con el otro en los próximos comicios. Duhalde, en el tema Cuba, llegó, incluso a sobreactuar sin pudor, al hablar de la "guerra unilateral" lanzada por los Estados Unidos contra Irak y la "muerte de civiles", como nunca lo había hecho siquiera en los días más duros del conflicto del que se declaraba "neutral". El duhaldismo aguarda con inquietud el desarrollo de la última semana. Sabe que la diferencia con el resto de los candidatos que integran el pelotón de los cinco es muy estrecha y que cualquier derrape puede dejarlo fuera de carrera. Por eso buscarán que Kirchner sea "prolijo" en sus últimas apariciones, junto a Lavagna y Daniel Scioli. Menem, en tanto, jugó fuerte con su ida a Santa Fe. No son pocos los que creen que el encuentro con Reutemann en el aeropuerto provincial puede significarle una buena cantidad de votos. La imagen del ex piloto sigue tan alta como intacta y por eso, tal vez, los menemistas echaron a rodar una versión que dice que el sillón de la Cancillería estaría reservado para el ex corredor, en el caso de un triunfo menemista. Y, en un intento por confirmar que habrá caras nuevas en el entorno, es que hablan del pampeano Rubén Marín como futuro ministro del Interior y de encumbrados hombres de la Justicia -¿Levene hijo?- como potenciales candidatos a ocupar el ministerio del rubro. Adolfo Rodríguez Saá trabaja para recuperar algunos puntos perdidos con aciertos y debilidades por igual. Prometió llamar a un plebiscito para remover a los miembros de la Corte en caso de llegar al gobierno, cuando está clarito que a los ministros de ese tribunal sólo se los puede remover tras el correspondiente juicio político. El puntano se empecina en hablar de las creación de tres millones de puestos de trabajo en cien días, pero nunca deja claro de dónde saldrán los fondos para tamaña empresa. Su compañero de fórmula, Melchor Posse, incluso, habla de trocar los actuales beneficios de los planes jefes y jefas de hogar por seis horas de trabajo, sin recabar que quienes gozan de ese asistencialismo hoy tienen el dinero en sus manos, sin hacer nada y por el solo hecho de estar en la calle. Saá sigue en la ruta del optimismo, con sus 125 medidas a cuestas y sin profundizar cómo hará el país que promete. También, se mueve con un fuerte halo de misterio en su entorno, en una situación que inquieta, y mucho, a sus potenciales adversarios. Ricardo López Murphy goza hoy de las mieles del crecimiento. Es el hombre que más voluntades ha cosechado en los últimos días según los encuestadores y no faltan los que le pronostican una súbita llegada al ballottage. El ex radical, en ese marco, comparte euforia con depresiones: euforia por los impensados logros obtenidos. Depresiones, porque aun en la compañía de sus más estrechos colaboradores, no cree haber encontrado una receta final que le permita imaginar una gobernabilidad sin tropiezos. Sabe, como casi todos los candidatos, que el 26 de mayo comienza una nueva etapa de gobierno. Pero, a la vez, el principio del fin de una paciencia contenida, débilmente alimentada y que, en cualquier momento, puede explotar. Elisa Carrió, en tanto, se ha encomendado "a la Providencia". Cree que las cartas están echadas y que la gente elegirá entre la "corrupción", según ella representada por Menem, o bien por el ARI que lidera. La debilidad de la dama en su estructura de fiscales puede jugarle una mala pasada y, por eso, no se cansa de hablar del fraude o bien, de una versión remozada que tiene que ver con la posibilidad de una "acefalía" en la Argentina partir del 26 de mayo. Más allá de los fuegos de artificio de campaña, no son muchos los que se han puesto a pensar, en serio, en la Argentina que viene. No son muchos los que han caído en la cuenta que la Argentina está inmersa en la peor crisis de la historia y que, lejos de los discursos electorales, habrá que tomar medidas duras y profundas para alejar a la República del abismo. Los pocos que creen tener claro el panorama, prefieren meter violín en bolsa y no explicar, justo en este tramo, hasta dónde habrá que hundir el bisturí. "No sería bueno ni conveniente sembrar pánico" en esta etapa, se refugian. Más allá de las futuras medidas, está claro que no alcanzará con un hombre o un partido para sacar el país de la debacle. "En la Argentina se ha demonizado el acuerdo. Pero, a pesar de eso, habrá que tender muchos puentes -hacia adentro de los partidos y hacia fuera- para darle a la Argentina mínimos consensos. Quien no entienda la gravedad de la hora no podrá siquiera cumplir con las primeras promesas de campaña". La frase, en boca de un diplomático extranjero, suena casi como una advertencia dura. Pero para nada alejada de la realidad.
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