| | Editorial Polémico voto sobre Cuba
| La decisión argentina de no condenar a Cuba en la votación de la Comisión Internacional de Derechos Humanos (Cidh), donde el país se abstendrá, no sólo provocó la inmediata reacción negativa de los Estados Unidos sino que desató, también, un debate político de proporciones. La resolución adoptada por el gobierno que encabeza el presidente Eduardo Duhalde significa un regreso a más de una década atrás, cuando la administración de Raúl Alfonsín adoptaba una línea similar. Esas posiciones, por otra parte tradicionales en la política exterior argentina -históricamente vinculada con el no alineamiento y el abstencionismo-, se rompieron con el acceso al poder de Carlos Menem, quien modificó bruscamente el rumbo y se plegó de manera sistemática a los dictados estadounidenses, en consonancia con el modelo económico que por aquellos años se aplicaba a rajatabla. La sensación que queda en relación con el nuevo giro adoptado por Duhalde, así como la que en el pasado dejó el impreso por Menem, es que las posiciones adoptadas no se vinculan con el análisis riguroso de la realidad que se vive en la isla caribeña sino con las necesidades políticas de la administración de turno. Y eso es, como mínimo, grave. Los argumentos que dio el gobierno para fundamentar su decisión no aluden directamente a Cuba, lo cual sorprende: "(La condena) resultaría muy inoportuna teniendo en cuenta esta guerra unilateral violatoria de los derechos humanos" (en referencia a Irak). Ahora bien, la condena de las brutales acciones bélicas en Medio Oriente no tiene por qué significar un aval automático a la aberrante política de derechos humanos de Fidel Castro. Mucho menos todavía cuando desde la isla llegan noticias alarmantes, que incluyen tres fusilamientos sumarísimos y la detención de 78 disidentes que recibieron penas de hasta 28 años de prisión. Sin dudas, la deslegitimación de las Naciones Unidas que arrostró la guerra en Irak traerá dramáticas consecuencias, una de las cuales es la nítida pérdida de autoridad moral por parte de EEUU para descalificar al régimen cubano, pese a todos los delitos que éste cometa. La reconstrucción de un orden político mundial basado en el diálogo y en el respeto irrestricto por las resoluciones comunes resulta urgente. Aunque no será nada fácil. Mientras tanto, lamentablemente, el fin seguirá justificando los medios.
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