"Me quedé absolutamente impresionado por el río. No podía imaginar 52 kilómetros de anchura. Parece un mar", comentó ayer a este diario el juez de la Audiencia Nacional de España, Baltazar Garzón, luego de dar un paseo en una embarcación de la Prefectura Naval Argentina. El flamante visitante ilustre dijo estar "sorprendido" por las bellezas naturales del Paraná. Y elogió a Rosario, a la que consideró una "ciudad muy abierta". El magistrado no perdió la oportunidad de alabar a quienes lo acompañaron durante su visita de un día, pero se lamentó por no poder pasear por la peatonal y -según dijeron algunos allegados- poder apreciar las bellezas femeninas locales. El fuerte operativo de seguridad que acompañó a Garzón, sobre quien pesa una amenaza de muerte del grupo separatista vasco ETA, llegó a incomodar al magistrado. Pero eso no fue todo. La caravana de patas de plomo que siguió al juez español -cuya labor principal fue juzgar a los represores de la dictadura-, desde la Facultad de Derecho hasta la aeroestación tuvo una característica singular. El Peugeot 405 azul con vidrios polarizados que abordó Garzón estaba seguido inmediatamente por un Ford Falcon verde, símbolo indiscutible del proceso de reorganización nacional y de los operativos ilegales de aquellos años. Una vergüenza más de los efectivos de seguridad local.
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