Con una Mariquena del Prado (Horacio Sansivero) anfitriona, el music hall gana en el humor más subido de tono, en cómicas improvisaciones y en vértigo. La habilidad de Sansivero para amenazar a la platea con hacerla blanco de sus bromas le permite docilizar a quienes se entregarán luego sin oposición alguna a exponer sus siempre nulas artes escénicas. Casi un espantapájaros vestida de seda, Mariquena desata una batería de chistes propia de su condición de hombre transformado y pone sobre escena a improvisados actores del público para convertirlos en flores, mariposas o en una meneante mujer. La rigidez y la vergüenza con la que los obligados espectadores se manifiestan causa el efecto deseado: una risa no precisamente de compasión. Así y todo, como el juego es casi naif no se comete irrespetuosidad, actitud que es premiada con ovaciones.
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