Sonia Scarabelli se convirtió en escritora publicada casi a pesar suyo. "Tengo un libro gracias a Abelardo Núñez -dice-, que me propuso reunir material para una serie que él había planeado con poetas rosarinos". Ese título fue el primer paso de una promisoria carrera literaria, que acaba de ser reconocida con el primer premio del Concurso de poesía Felipe Aldana, que organiza la Secretaría de Cultura de Rosario y que obtuvo con su libro "La celebración de lo invisible". Nacida en Rosario en 1968, Scarabelli ha publicado poemas en diversos medios y antologías. Un jurado integrado por Diana Bellessi, Hugo Diz y Edgardo Dobry le otorgó el premio que permitirá la publicación de su segundo libro, por parte de la Editorial Municipal de Rosario. -¿Cómo se gestó "La celebración de lo invisible"? -Mi primer libro, "La memoria del árbol", me permitió ver dos vertientes de mi escritura. Una tenía que ver con la cuestión de la memoria en el sentido más íntimo, en el sentido de cómo construís una historia propia. La poesía se convierte en un instrumento para narrar formas de tu infancia. Pero más que nada a partir de la memoria, la idea no es nada que tenga que ver con lo autobiográfico, sino cómo funciona la memoria. Y la otra vertiente tiene que ver con una memoria distinta, más difusa, menos fácil de imaginar como propia y entonces la poesía es un camino para tomarla. Había trabajado muchos textos bíblicos, sobre mitos, filosóficos. La experiencia para mí fue primero hacer poemas que tuvieran un matiz narrativo. Tomaba historias bíblicas e inventaba un episodio narrado poéticamente, dejaba que se volviera ambiguo. Cuando era chica comencé a escribir sobre las flores del jardín de mi mamá, de mi abuela, y después de todo un circuito descubrí que volvía a lo mismo. Esa referencia se había ido construyendo, a veces hasta silenciosamente. Lo que me parece extraordinario es que la poesía lleva mucho tiempo, es un trabajo muy lento, sedimentario. -¿Te referís a la corrección? -Hablo de cómo te vas apropiando de un material o de una determinada percepción de lenguaje que después pueda fructificar en algo más o menos orgánico. En "La celebración de lo invisible" la primera parte que nació fue la que está al final y que es quizá la menos sonora, donde la imagen es dominante. En las otras dos series notaba que podía trabajar determinados elementos que volvían, eran recurrentes. Eso también es extraordinario: hay un movimiento interno y silencioso que por ahí puede formularse. Después traté de que hubiese un sentido musical. -Los últimos versos del libro dicen que "es ángel todo lo creado". Parece una declaración de fe poética. -La idea de lo angélico tiene una materialidad extraña. Para mí tiene que ver con registrar la insistencia. Me acuerdo de que tenía como profesor a Aldo Oliva y él decía "porque instante viene de" y hacía toda la etimología, y la situaba en relación con una intensidad. Me pasa con muchos textos, por ejemplo con Amelia Biagioni. El primer poema de su libro "Las estaciones de Van Gogh" es sencillamente extraordinario: ella toma un segmento autobiográfico y lo convierte en una formulación de alguien que habla con su propio fantasma, que es el artista en un punto. Uno puede admirar allí el peso de las palabras: una palabra que cae en el punto justo, que no necesita puntuación explícita, que te llega al oído. Y esos poemas están poblados de imágenes que sólo tienen espacio en la poesía y traen una fuerza de evidencia que te maravilla. Esa es la idea de lo angélico. -Una idea que remite a la poesía de Juan L. Ortiz. -Sí, Juanele me gusta muchísimo. Tomás una palabra de Juanele, como "tremor" por ejemplo, y te das cuenta que esa elección tiene una serie de valores musicales completamente sutiles. A mí me gusta ese tipo de poesía que propone una especie de recogimiento. A la vez el ángel mantiene la ambigüedad de lo intermedio, de aquello que era demónico y devino en una especie de materia bondadosa. A mí me parece que la poesía está en ese lugar ambiguo, mantiene un vínculo con la idea de algo sagrado. -En una presentación de tus poemas dijiste que "la palabra poética es la que va hasta los lindes de lo inefable y allí nos levanta una casa". ¿Cómo lo explicarías? -La casa tiene que ver con la materialidad de lo poético. Entiendo por eso el hecho de que el vínculo con el sentido depende siempre del encuentro concreto con el poema. Yo puedo decir que leí tal o cual poema pero la experiencia poética sólo se da en el momento de la lectura. El poema es invisible; en el momento en que leés se hace visible. Pasa la lectura y podés desconectarte, pasar a otra cosa: yo trabajo en una oficina, por ejemplo. Y de pronto hacés contacto y esa experiencia se convierte en un territorio, un lugar donde se pisa firme. ¿Cómo puede ocurrir, si es una fragilidad absoluta? Pero sentís una solidez de la imagen, de la visión. Eso es la casa, el lugar donde uno mora.
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