Año CXXXVI
 Nº 49.801
Rosario,
jueves  03 de
abril de 2003
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Panorama internacional
El peligro de la democracia por la fuerza

Jorge Levit / La Capital

La invasión anglonorteamericana a Irak tiene como objetivo final remover del poder a Saddam Hussein y despojarlo de las armas de destrucción masiva que aún no han aparecido. Pero también intenta promover profundos cambios políticos en la región que sirvan a los intereses de las superpotencias. Es por eso que tanto Bush como Blair ya hablan de un "mapa de ruta" para resolver definitivamente el conflicto israelí-palestino tras la terminación de la guerra en Irak. Pretenden pacificar, a su manera, la región para contrarrestar el avance del fundamentalismo islámico.
Pero la idea norteamericana de establecer un Irak democrático y pluralista se enfrentará con una realidad regional difícil de entender para los países occidentales. Un Irak sin un liderazgo fuerte, casi autoritario, desentonará con sus vecinos.
En Irán, habitado por persas musulmanes pero no árabes, rige desde la destitución del sha Rheza Pahlevi en 1979 la Revolución Islámica del ayatolá Khomeini. Si bien sus sucesores han flexibilizado un poco el régimen, su adscripción a la cruzada antioccidental lo encuentra entre los primeros lugares. Estados Unidos considera a Irán como promotor y financista de los grupos terroristas radicalizados y por eso lo incluyó junto a Corea del Norte y a Irak en el "eje del mal".
En Siria, el primer país limítrofe con Irak que esta semana dio su respaldo a Saddam, la participación popular en la elección de sus gobernantes es bastante atípica. Cuando en el año 2000 murió el presidente Hafez Assad, el Parlamento sirio se reunió en sesión especial esa misma tarde y sin más trámite designó presidente a su hijo Bashar Assad.
En Jordania sucedió algo parecido. Murió en 1999 el rey ashemita Hussein y el trono quedó para su hijo Abdulah II, casado con una mujer de origen palestino.
En Arabia Saudita, uno de los países árabes más cercano a Estados Unidos después de Kuwait, hay una férrea monarquía que impone con rigidez los principios religiosos del islam.
Kuwait, otra monarquía árabe, sufrió la invasión de Irak en la anterior guerra del golfo y es la mejor aliada de los norteamericanos, que no preguntan cuándo hay elecciones.
Turquía, musulmana pero no árabe, está gobernada por un partido islámico moderado. Integra la Otán y quiere ingresar, todavía sin éxito, a la Unión Europea. Históricamente ha impedido que los kurdos del sureste de su país y del norte de Irak formen un estado independiente que colisionaría con sus intereses. Podría decirse que Turquía es lo que más se parece en la región a un país democrático.
Cruzando el mar Rojo está Egipto, el primer país árabe en firmar un tratado de paz con Israel en 1979. Su presidente, Hosni Mubarak, reemplazó en 1981 al asesinado Anwar El Sadat, quien pagó con su vida el acercamiento con los israelíes. Mubarak suele ganar desde entonces las sucesivas reelecciones con más del 95 por ciento de los votos.
En ese contexto parece poco probable que Estados Unidos y Gran Bretaña logren imponer un régimen civil y democrático al estilo occidental. Desnaturalizar la filosofía y cultura de un pueblo para exportar un modelo extraño de otras latitudes puede resultar en un engendro de difícil pronóstico.
Los ingleses tienen malas experiencias a la hora de tomar decisiones en materia de geopolítica. En 1947 dividieron el subcontinente indio en dos estados independientes -India y Pakistán- que nunca han podido vivir en paz. Se han enfrentado en varias guerras y hoy los dos tienen desarrollo nuclear. En la misma época apoyaron la división de Palestina en dos estados, uno hebreo y otro palestino. Ya han pasado 55 años, varias guerras y la paz sigue lejos de alcanzarse.
Hoy, ingleses y norteamericanos ya debaten qué hacer tras la guerra en Irak. Pacificar la región -si es posible hacerlo después de la terrible destrucción y odio que sucederá a su intervención militar- no será fácil con un plan diseñado desde cómodas oficinas en Washington o Londres.
Los valores de la democracia son difíciles de insuflar en pueblos con altos índices de analfabetismo, desnutrición y poca esperanza de vida. Es más fácil que aniden el resentimiento y el fanatismo religioso que la necesidad -inédita y desconocida- de vivir en democracia y elegir libremente a los gobernantes.
Si el diagnóstico de la situación tiene estos abismos de interpretación el fundamentalismo y el terrorismo suicida se potenciarán y lejos de lograrse que el mundo se distienda, la región se convertirá en un volcán en erupción que se exportará a todo el planeta.
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