Año CXXXVI
 Nº 49.800
Rosario,
miércoles  02 de
abril de 2003
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Latinos en Washington dicen contagiarse de la paranoia
A pesar de sorprenderse por cómo viven la guerra los norteamericanos, atesoran agua y provisiones

MARIA ISABEL RIVERO
Los latinoamericanos residentes en Washington se debaten entre un leve temor a ser víctimas de un atentado terrorista, una especie de "contagio" de lo que llaman "la paranoia de los estadounidenses", y la sorpresa que les causa la forma en que los "americanos" viven la guerra contra Irak.
"Yo he visto peleas en los supermercados por las últimas botellas de agua", relata el uruguayo Luis Batlle, quien trabaja en la Organización de Estados Americanos (OEA).
El agua y la cinta de empaquetar se agotó en muchos supermercados cuando el Departamento de Seguridad Interior alzó el alerta a "naranja" (elevado) y recomendó aprovisionarse de agua y alimentos, así como sellar con cinta de empaquetar una habitación de la casa para aislarla en caso de un ataque con gases.
"Se pelean verbalmente, se gritan. Es el Departamento de Seguridad Interior el que arma el caos con esas alertas. Yo los veo pelearse y sigo de largo a comprar mis ñoquis o lo que sea, porque sé que cuando pasen un par de días todos se tranquilizan y hay agua otra vez", explicó.
El argentino Loris Rubini, un economista que trabaja en Tea Deloitte & Touche, dijo que cuando se encontró con que no había agua en el supermercado, le agarró la paranoia a él también. "No había agua y quedaban sólo dos cajas de leche. Yo vivo solo y nunca compraría dos cajas de leche, pero como quedaban sólo dos, me vino la paranoia a mí también. Me quedé ahí parado tratando de decidir qué hacer y por suerte me llevé sólo una, porque al final ni leche era, era una cosa que se llama butter milk (leche manteca) y que no sé qué es pero era asqueroso", relató, riéndose al recordarlo.
"La paranoia es contagiosa", reflexionó. Pero hizo notar que "eso fue antes de la guerra, cuando subían el alerta. Desde que empezó la guerra, ya no pasa nada".
Daniela Petreigne es médica de profesión, pero es ama de casa en Washington, donde su esposo fue trasladado hace poco más de un año, y se dedica a atender a sus hijas Clara, de 5 años, y Camila, de 11, además de cuidar su embarazo de ocho meses.
"Miedo no tenemos. Pero pasa algo que no sé cómo definir. Nos cuesta ubicarnos en los planes de los americanos (estadounidenses) y todas las previsiones que toman en esta sociedad nos desubican, porque para nosotros es totalmente opuesto a lo que es Argentina, donde todo se va resolviendo sobre la marcha", explicó.
Para ella y su esposo fue "una sacudida" recibir notas de la escuela explicando a dónde llevarán a los alumnos en caso de evacuación, o instrucciones para ir a buscar a los chicos en caso de que la alerta sea aumentada a "rojo", que es la más alta. "Eso nos puso en estado de alerta", indicó.
"Al principio pensaba que estas cuestiones de previsión me psicotizaban más que si no me dijeran nada. Pero después entendí que tener un plan te libera de tensión. Ponés la ansiedad en armar el plan, y después seguís tu vida normalmente", agregó.
Pero Daniela y su familia tomaron algunas previsiones: eligieron un lugar en la casa que sellarían con cinta de empaquetar y compraron reservas de agua y enlatados.

Lo que les meten en la cabeza
Patricia Vázquez, una economista que se especializa en temas petroleros y trabaja en una oficina a 300 metros de la Casa Blanca, también siente una "ansiedad" diferente. Aseguró que conserva "el mismo tipo de vida", pero se da cuenta que cuando va en el subte ve a la gente con otros ojos.
"Si hay alguien medio extraño, con un paquete extraño, en seguida me viene a la mente toda esta información que nos mete en la cabeza el gobierno, de que estemos alerta por la posibilidad de cualquier atentado", dice, y advierte que ella teme que Irak sea "el Vietnam de nuestro tiempo". (DPA)


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