Ana Rótolo estaba parada al lado de un auto de color claro estacionado en la banquina. Alrededor todo era oscuridad y a excepción de ella y la persona que estaba en el interior del vehículo, no había nadie más. La mujer discutía con el ocupante del auto y daba puñetazos contra el vidrio. Fue la última vez que alguien la vio con vida. Un rato después la policía encontró su cadáver a siete kilómetros de aquel sitio, sobre el pavimento de la ruta 90, entre los pueblos de Sargento Cabral y Santa Teresa. Tenía un tiro en la cabeza y otros dos en la espalda.
Dos hombres vieron la escena en la que Rótolo -una profesora de educación física de 39 años- discutía con el desconocido que estaba a bordo de aquel auto. La situación les pareció lo suficientemente extraña como para avisar a la policía por si algo ocurriera. No intuyeron mal y se convirtieron así en testigos clave de un episodio que conmovió al pueblo de Alcorta, donde vivía la víctima, y que todavía no está esclarecido.
Los datos aportados por estos testigos constituyeron la primera pista para aclarar el asesinato, que ocurrió el 15 de marzo. La descripción del auto que vieron en medio de la ruta coincidía con la de un joven amigo de Rótolo que apenas una hora y media antes de que la encontraran muerta pasó a buscarla por su casa en un coche de características similares. Pocas horas después la policía arrestó a Diego Fioretti, de 27 años, quien por ahora es el único sospechoso y está imputado de homicidio.
Antes de salir con Rótolo, Fioretti estuvo un buen rato en la casa de la víctima. Así lo atestiguaron la madre y la hija de la mujer, quienes la despidieron en la puerta cuando se iba con él. Después nadie vio a la víctima en otro sitio ni con otras personas, excepto los dos hombres que presenciaron aquella extraña imagen de la mujer golpeando histéricamente el vidrio de un auto igual al de Fioretti en la oscuridad de la ruta.
Los testigos no reconocieron a quien discutía con la mujer, pero a esa hora nadie parece haber visto a Fioretti en ningún lado. El muchacho reapareció un rato después del hallazgo del cadáver en un bar de Alcorta, vestido llamativamente y muy sereno. Allí ocurrió algo extraño: el sospechoso se cruzó con un familiar directo de la mujer y le preguntó por ella.
A los abogados Luis Todino y Sergio Dicicco este episodio les parece significativo. "Es como si hubiese querido mostrarse para que todos lo vieran", razonaron. Ambos se preparan para representar a la familia de Rótolo en un juicio civil y ya están relevando datos de la investigación que realizó la policía de Alcorta y que ahora está en manos del juez de Instrucción de Villa Constitución, Rubén Bissio.
Todino y Dicicco tienen una versión según la cual Fioretti ya habría confesado ser el autor del crimen. Pero si esto es cierto no está documentado porque se habría producido informalmente ante los policías que lo detuvieron. Ante el juez, el sospechoso mantuvo hasta ahora un imperturbable silencio.
Cabos sueltos
Un dato que complica la investigación es que el arma homicida, presumiblemente un revólver calibre 22, todavía no apareció. Pero los investigadores siguen la pista de un revólver idéntico que desapareció días antes del crimen de un bar donde Rótolo y Fioretti trabajaban juntos. El dueño del arma denunció el episodio a la policía antes de que mataran a la profesora de educación física.
La otra cuestión que aún debe ser esclarecida es el móvil del crimen. Por la discusión acalorada que los testigos presenciaron en la ruta, y por la cantidad de disparos que recibió la víctima, los investigadores descuentan que puede ser pasional. Desde el principio sospecharon que podría tratarse de una cuestión de celos. "Tal vez Rótolo y Fioretti estarían enamorados del mismo hombre", razonan conociendo la supuesta condición homosexual que distinguiría al sospechoso. Esa persona sería el dueño del bar, aunque los familiares directos y los amigos más íntimos de la víctima afirman que no tenía una relación sentimental con este hombre y eso parece desdibujar la hipótesis, al menos por ahora.