Berlín. - "En tiempos de guerra, la verdad es tan valiosa que debe ser protegida por un guardaespaldas de mentiras", dijo Winston Churchill. El secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, recordó esta frase y afirmó confiado: "Espero fervientemente que trabajemos de tal manera que esto no sea necesario". Sin embargo, hasta el momento parece más bien como si en Irak se pudiera aplicar a ambas partes la frase: "La verdad es siempre la primera víctima de la guerra". Más de 500 periodistas acompañan a las fuerzas de combate estadounidenses, aunque están sometidos a las limitaciones que les imponen a la hora de informar. Unos setenta envían al mundo informaciones e imágenes desde Bagdad. Sin embargo, esto no ha podido evitar que las partes enfrentadas actúen frente a la verdad de manera ahorrativa y utilicen la información y desinformación como instrumentos de guerra. Al comienzo del enfrentamiento armado, los estadounidenses trataron de infundir dudas acerca de si Saddam Hussein estaba muerto o no, o de si era él quien verdaderamente hablaba ante las cámaras. Mientras tanto, el ministro de Información iraquí, Mohammed al-Sahhaf, aseguraba que las imágenes en directo de CNN de una formación de tanques adentrándose en el país eran una grabación que se repetía constantemente. Cuando los estadounidenses afirmaban que el comandante de la división 51 había desertado (algo que éste desmintió creíblemente poco después en la emisora de televisión árabe Al Yazira), los iraquíes contraatacaron con cifras inventadas sobre tanques, helicópteros y aviones de guerra destruidos. Estadounidenses y británicos, con sus informaciones cuanto menos precipitadas sobre la toma de las ciudades Umm Qasr, Nasiriya y Basora, han recordado al comienzo de la Guerra del Golfo de 1990/91 lanzada por George Bush padre. En septiembre de 1990, tras la invasión iraquí de Kuwait, el Pentágono afirmó que otros 250.000 iraquíes y 1.500 tanques se encontraban en la frontera listos para entrar: fotos de satélites soviéticos mostraban en aquel momento sólo desiertos vacíos. También al comienzo de las operaciones de tierra en febrero de 1991, sólo 183.000 iraquíes se enfrentaron a Estados Unidos, menos de la mitad de lo que calculaba el Pentágono. "Los iraquíes no eran tal vez tan fuertes como pensábamos, pero para mí esto no supone ninguna gran diferencia", dijo después el general Colin Powell. Hoy es secretario de Estado. Otro caso fue el de la niña iraquí Nayirah. En otoño de ese mismo año aseguró entre lágrimas ante el Congreso en Washington que, como voluntaria en un hospital, vio como soldados iraquíes tiraban al suelo a 312 bebés para que murieran y desaparecieron con las incubadoras. Después se supo que Nayirah, de 15 años, era en realidad la hija del embajador kuwaití en Washington y que hacía tiempo que no había estado en un hospital. "Entonces no sabíamos que no era verdad. Pero fue muy útil para movilizar a la opinión pública", dijo más tarde Brent Scowcroft, quien fuera asesor de Seguridad. La pesadilla de la maternidad sigue la tradición de las historias de horror con las que se intenta demonizar al enemigo. En la I Guerra Mundial, los británicos afirmaron que los soldados alemanes habían lanzado bebés belgas al aire y luego los habían atrapado con sus bayonetas. Un clásico de la propaganda mentirosa que hoy se nombra en la bibliografía en relación al caso de Nayirah. Ambas partes se aprovechan de que, pese a la presencia de periodistas, muchas cosas no son comprobables. Es altamente improbable que, como aseguran los iraquíes, un agricultor haya derribado un helicóptero Apache con un viejo fusil o que los aliados hayan forzado a los habitantes de Fao a presentarse como prisioneros de guerra. Sin comprobar está el levantamiento popular en Basora del que hablan los británicos, así como la fábrica de armas químicas supuestamente encontrada por los estadounidenses. Por el contrario, cuando va en interés de una de las dos partes, como ya saben los corresponsales de guerra experimentados, la búsqueda de información no plantea ningún problema: los iraquíes no tienen inconvenientes en mostrar víctimas civiles en hospitales o enemigos muertos o bajo su poder; estadounidenses y británicos presentan a sus soldados como amigos y ayudantes. Cuando el barco Sir Galahad atracó ayer con 200 toneladas de alimentos y medicamentos en Umm Qasr, los periodistas eran bienvenidos. (DPA)
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