 |  | Reflexiones Contra todos o siempre contra los mismos
 | Juan José Giani
Procurando desacreditar al marxismo cosmopolita, Juan José Hernández Arregui relata un episodio que rápidamente se incorporó al imaginario político-intelectual argentino. Un grupo de estudiantes de filiación maoísta se trasladaron a China para recibir sabias recomendaciones del gran líder del comunismo asiático. Durante el transcurso de la entrevista, uno de los viajeros, encandilado por la presencia del célebre interlocutor, declaró con fervor ideológico: "¡Yo soy maoísta!". Mao, con paciente cordialidad, emitió una sentencia que desconcertó a la izquierdista concurrencia: "Yo, de ser argentino, sería peronista". Nadie pudo verificar desde entonces si aquella escena aconteció efectivamente, pero es irrefutable que el suceso resulta cuanto menos verosímil. En la década del 60 tanto Mao Tse Tung como Juan Perón se esmeraban por combinar tradiciones nacionales con estrategias no capitalistas de organización social, y divulgaban además la necesidad de fortalecer la gesta tercermundista frente a las pretensiones expoliadoras de los imperialismos dominantes. Por otra parte el relato guarda coherencia con un concepto medular de la doctrina maoísta: la contradicción principal. Esto es, en la larga e intrincada marcha hacia el socialismo no siempre se combate contra los mismos ni junto a los mismos. Suponer, como alguna ortodoxia, que el antagonismo burguesía-proletariado era aplicable a todo tiempo y lugar, condenaba a la revolución a predicar más de una vez en el desierto. En esa línea, el singular policlasismo peronista, en tanto expresión de lucha de un país semicolonial, debía ser alentado y no denostado. Ahora bien, aquellas convicciones maoístas, asistidas filosóficamente por la dialéctica hegeliana y aplicadas centralmente a la plasmación a escala universal del bienestar comunista, asimilan y enriquecen un componente esencial de la política misma como disciplina práctica: resulta desaconsejable enfrentar a todos nuestros contendientes al mismo tiempo o, puesto de otra manera, nos condena al desatino postular que el enfrentamiento a emprender deviene impermeable a las mutaciones que indefectiblemente le imprime la cambiante coyuntura histórica. Contra todos o siempre contra los mismos, en tanto consignas que argumentan acciones, dificultan instrumentar la incisiva sugerencia maoísta: permanecer atento en cada caso a la contradicción principal, a la acechanza más ominosa, al contendiente más poderoso según se contabilice el arsenal político de cada uno. Seleccionar el rival adecuado y habilitar sólidas alianzas congruentes con dicha decisión revelan la sagacidad de un político exitoso aunque no oportunista. En una época en que las revoluciones se llamaron a sosiego, la centroizquierda local prefiere con razón no citar marxistas chinos ni discípulos criollos de Clausewitz, pero sin embargo acuña su autóctona contradicción principal. Advertir acerca de los oprobios que deparará la continuidad del modelo neoliberal y anunciar la catástrofe histórica que significaría el retorno a la Presidencia de la Nación de Carlos Saúl Menem, activa las pasiones del kirchnerismo no duhaldista y de los grupos militantes que se nuclean en torno a la candidatura de Elisa Carrió. Sopesar las chances reales del resurrecto riojano para reinstalarse en la Casa Rosada exigiría un ensayo de sociología electoral que excede las pretensiones y tamaño de este escrito. Y puntualizar el alivio que traería a nuestros ciudadanos dar a luz un país purificado ética e institucionalmente, autodeterminado económicamente y con criterio igualitario para distribuir las riquezas que produce, resulta para quien arriesga estas notas una verdad ya debidamente probada. Parece conveniente, sí, detenerse autocríticamente en las recurrentes torpezas del progresismo a la hora de montar eficaces diques de contención frente a las amenazas que enjundiosamente denuncia. Procurando exorcizar el espectro menemista, Néstor Kirchner se ampara no obstante en un aparato político que, casi en su totalidad, alabó, acompañó o toleró con indulgencia las iniciativas del ahora abominado gorila musulmán. Difícil esperar que de ese experimento surjan auspiciosos giros de la historia. Identificando en los 90 los ecos de un pasado maléfico, Elisa Carrió desdeñó no obstante aliados ponderables que hubiesen tornado menos ardua su justa batalla. Su eventual triunfo le demandará una amplitud de miras que hasta aquí lamentablemente no ha exhibido. El kirchnerismo no duhaldista reitera el peor rostro del Frepaso: fumigar a los monstruos abrazando a los muertos vivos. El ARI preserva vicios de la izquierda testimonial: reclama excesiva pureza en un mundo del que ya han emigrado los ángeles. Con cualquiera o con ninguno: infructuoso dilema que anticipa previsibles sinsabores. Si se trataba de pasar a retiro al maestro de las relaciones carnales (y a los conversos que ahora reniegan de sus flagrantes complicidades), el camino a seguir era obvio y relativamente sencillo. Abroquelar a la izquierda responsable, a los nuevos emergentes del movimiento social y a lo mejor del peronismo, y protagonizar la refundación de una esperanza. Al día de la fecha, puestos los números sobre la mesa, el pragmático vaticinio comicial suscitaría entusiasmo. Se estaría en las antesalas de gobernar la Argentina. Es de esperar que en la centroizquierda santafesina asimilemos la lección. La candidatura de Hermes Binner abre las puertas para una grata experiencia unitaria que articule coherencia de valores y vocación de poder. El deseable equilibrio que naufragó a escala nacional contraindica entonces reiterar el torpe antiperonismo de la (felizmente) fenecida Alianza Santafesina. Los seguidores de López Murphy y los remanentes del usandizaguismo aportan seguramente figuras pero restan simultáneamente credibilidad y consistencia programática.
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