Gustavo Conti / Ovación
Era una de las tantas veces que el presidente de Newell's Eduardo López buscaba técnico. Dicen que había un número puesto para asumir, un hombre del riñón leproso que además traía blasones recientes bajo el brazo. Un DT campeón, que sin embargo hacía un tiempo andaba sin conchabo y que en procura de arreglar en el parque Independencia no se hizo valer como correspondía. Dicen que esa actitud, esa falta de carácter, no le gustó al titular leproso y lo deshechó. La anécdota pinta una de las aristas que más se le reclama a Newell's por estos días: personalidad. Sin ella es muy difícil avanzar por la vida, sin ella se invierten los roles y la consecuencia queda a la vista como en el clásico, tan cruda y descarnada para el sentimiento leproso. En la revisión del pasado se puede intuir o verificar las explicaciones del presente. Cuando López al fin se dio el gusto de traerlo a Veira, parecía encontrar la solución al problema. Un técnico del grupo selecto de los indiscutidos profesionalmente tomaba el timón luego de la seguidilla de entrenadores criados en el club como Rebottaro, Llop y Zamora, poco autodidactas. Parecía que Veira abriría la brecha, y se manejaría con independencia y autoridad. Sin embargo, no fue así y la prueba más evidente ocurrió en la misma semana previa al debut del Clausura frente a River. Antes de la primera práctica tras la bochornosa excursión a Uruguay para dos amistosos, López irrumpió en el vestuario, ámbito que se supone es de dominio exclusivo del técnico, para pegar cuatro gritos y desactivar la necia medida de vedar a la prensa que se había tomado por las críticas fundadas de aquellos partidos. Además, separó del plantel al capitán Fernando Crosa por los motivos ya sabidos. Al Bambino no le había gustado tampoco la medida tomada por algunos de los más experimentados, pero tuvo que venir el presidente para que el plantel agachara la cabeza. Y tampoco el técnico se plantó para que no le quitaran, a días del debut, a uno de sus futbolistas más valiosos, más allá de las razones del caso. Tampoco sus compañeros, excepto uno, levantaron la voz de queja. Veira dijo después del 0-3 con Nacional de Montevideo que estaba seguro que el fuego sagrado iba a aparecer. No sólo reconocía así que su equipo no lo tenía entonces, sino que quedó claro que no logró encenderlo con el único carburante de la personalidad, que hasta ahora no supo transmitir.
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