El país ha sufrido modificaciones estructurales dramáticas en la última década, y han sido trasladadas sin tamiz a una sociedad que aún está tratando de entender qué ha pasado. A la hora de pensar en las causas y los efectos de esos cambios, surge como cuestionamiento dónde estamos parados los argentinos, a dónde vamos como país, cuál sería el camino para recuperar una serie de derechos y obligaciones básicas que distintas circunstancias políticas y económicas han conculcado. Cada quien tiene una opinión en ese sentido, y esas razones impulsan la necesidad de conocer qué piensan algunos referentes sociales sobre la cuestión. En ese marco, un emblemático militante social, Norman Briski (65 años, santafesino de Santa Fe, actor y director), trata de interpretar la historia reciente de la Argentina, y por dónde va a pasar un posible cambio. Rescata la importancia del debate y la "acción del lenguaje", carga contra la crisis de la dirigencia y "del liberalismo", y advierte sobre el gatopardismo que se cierne apoyado en las próximas elecciones. -¿Se puede pensar que hay algo por donde pase hoy el ser argentino? -Me da la impresión que el ser argentino pasa hoy por rechazar la guerra a Irak, identificarse con un pueblo -que como los palestinos- sufre por las injusticias. Por eso, ser argentino es identificarse con los piqueteros, con los asambleistas y con todos los que no están representados y no pueden configurar su propio destino. Tampoco se puede mirar a los argentinos en el marco de la globalización. La globalización se pinchó el 11 de septiembre de 2001; se puede decir que las expectativas de ese modelo económico naufragaron. -¿Cuáles fueron los resortes que posibilitaron cambios socio culturales tan dramáticos en los últimos diez años? -Esos resortes son muy complejos de analizar, pero hay que partir de la complicidad civil con los intereses conservadores, no se puede votar a Menem, votar a la dependencia. -¿Cómo valora esta llamada crisis de la dirigencia? -La crisis de la dirigencia es la crisis del sistema liberal. Cualquiera hubiera fracasado en el gobierno porque se administra dentro de un sistema económico que privilegia los intereses de la banca; somos sucursales de la banca internacional. Como está la sociedad, se trata de construir alternativas que están fuera de la posibilidad de un cambio, tramitando su liberación. Las próximas elecciones no son una alternativa, hay gatopardismo y se cambia para que en realidad nada cambie. Incluso los discursos progresistas no apuntan a algo serio. Un gran sector de la población -no la mayoría- tiene en claro que la partidocracia está en contra de la gente. El aparato político es repudiado. Ante ese rechazo, hay una marginación enormemente activa que recuerda y rescata los valores, gente que está en los bordes y no representada. Las instituciones no abarcan la sensibilidad de la gente, y la gente piensa. También el odio construye la posibilidad de terminar con lo que significa estar dominado". -¿Por dónde está el camino?. -Sólo un Estado de la mayoría es el camino. Pero no un Estado en manos privadas -aunque parezca una locura lo que digo-, porque el capitalismo no permite un Estado independiente. Argentina está dominada, no por otros pueblos, sino por otros intereses que impiden concretar la noción de Nación. Pero la sociedad civil trata de construir alternativas, nuevas posibilidades de cambio. Con las formas menos dolorosas se está tramitando la liberación". -¿Cómo se gesta esa transformación? -El verdadero cambio se origina en la comunidad. El antimperialismo que se manifiesta ante los ataques a Irak es retomar la lucha por la independencia. Buscar independizarnos en lo económico, en la educación y en la salud. Nos cobraban fortunas por remedios que podemos fabricar. Independizarse es también tomar fábricas para que la producción esté en manos de quienes la trabajan. No hay que negociar con el capital. Hasta los llamados "buenos capitales" son malos. -Se decía que en los años 60 no había casi indiferentes. ¿Qué pasó con esa cultura?. -La educación pública y el sistema de salud, logros conquistados por los trabajadores, significaron progresos históricos, por eso no se puede ser indiferente a las privatizaciones. No debemos caer en la aceptación del individualismo, el consumismo y el menemismo casi con la religiosidad que hoy impone el sistema. La historia la deben escribir los valientes: retomar la rebeldía de las jornadas del 20 y 21 de diciembre de 2001 significa convertir a esa instancia en una fecha de cambio. Aunque la palabra haya sido denigrada, hubo patriotismo en esos jóvenes que cayeron. Por más que los libros escolares gastaron la palabra Patria, hay actos patrióticos, heroicos, historias mínimas de la vida cotidiana, la voluntad de amar. .-¿Queda algún vestigio de la utopía del Mayo Francés? -Las utopías no se escriben sólo en una década, pero a veces la vida no alcanza para ver los goles. Viví los 60 y ví varios goles, pasé momentos extremadamente jubilosos. La utopía es el estadio fantasioso más placentero. Antes leíamos a Sartre y seguíamos la lucha de Argelia y el Che. Ahora, la reacción antimperialista es casi como una novedad, parecía dormida, pero aquellos pensamientos se han multiplicado con hombres como Petras y Chomsky. En la actualidad se está analizando como producir la revolución".
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