Sergio Faletto / La Capital
La indescifrable sensación hacía piruetas en la calle y se colaba en el Gigante como una intrusa. Difícil de definir. Pero fácil de detectar. Estaba en el aire. Y se corporizaba en la gente canalla. Algunos intelectuales se acostumbraron a llamarla "saber popular". Otros la definieron con la palabra intuición. Y algunos la calificaron como confianza. Pero más allá de los rótulos, no había duda de que el centralista arribó a su estadio con la euforia propia de aquellos que concurren a un sitio para vivir una fiesta. Y así lo demostró. Porque preparó la celebración sin temor a tener que guardarse el cotillón. Del que hizo gala desde temprano. En pleno desarrollo del encuentro preliminar. Cuando a manera de efeméride del 23 de noviembre de 1997 inundó los sectores locales con unas manos de goma espuma con cuatro dedos. Ya a esa altura un plateísta desbordado de entusiasmo bramó: "Hoy ganamos porque el pueblo nunca se equivoca". Que Fito Páez, que el Puma Rodríguez, que el Chango Gramajo. Todo era válido para fortalecer ese espíritu colectivo victorioso que se paseaba exultante entre los cuerpos anfitriones. A medida que la hora señalada se aproximaba, el canalla aportaba un dato más para el color. Alimentaba el optimismo. Unos globos verticales coparon la popular oficial mientras unos osados pibes colgaron desde la bandeja superior de la platea una bandera blanca con una flecha que señalaba la popular visitante acompañada de la frase "sector pingüinos". El partido estaba en la boca del túnel y el único espacio libre era el que generaron los intolerantes de siempre, aquellos que creen que dejan de ser cobardes porque arrojan una piedra a la distancia. Pero por suerte la mayoría eligió el fútbol. El que esta vez le hizo un guiño cómplice al canalla que fue con la férrea convicción de que la victoria no era una quimera. Por eso cantó desde el mediodía. Alentó sin cesar y se abrazó a una actitud que tuvo correlato en el equipo de Russo. Iluminó la previa con fuegos artificiales y bajó la mejor de sus cortinas mediante la gigantesca bandera con forma de camiseta. Reiterando que todos la tienen puesta cuando de jugar y aguantar se trata. Saltaron para diferenciarse de los rivales con los cuales coexisten, se hicieron un nudo para estremecerse con el gol de Figueroa, y se abalanzaron hacia cualquier parte con los ojos nublados por la emoción cuando Messera la empujó para el segundo. De ahí en más la sensación llamada saber popular, intuición y confianza se sentó a sus anchas en el Gigante para mostrar su ego. Y jactarse de su inefable presencia. "Partido liquidado", sentenció otro hincha auriazul a quien el alma se le escapaba del cuerpo. Mientras la comunidad centralista se unía en un solo grito haciendo gala de la folclórica paternidad que indican las estadísticas. Cuando el Chelo Delgado empujó la pelota al tercero, el Gigante se vistió de gala y el delirio bailó la música más esperada por los hinchas, esa melodía que nace de la victoria para inflar el corazón de orgullo. El orgullo de pertenecer a un sentimiento que la razón se encapricha en no entender. Pero que sigue siendo vital para que la pelota ruede.
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