Roberto Caferra (*)
En los principios del placer lo moral es siempre una limitación. "Por qué dejas de beber si aún faltan horas para que amanezca", decía Calígula en medio de sus fiestas a quienes caían desfallecidos por tanto ardor. Nada de eso para este cuerpo. Cuerpo por el cual, menos hipocresía, ha pasado de todo (Sabina dixit). ¿Por qué no fueron 4, 6 ó 150 los goles que entraron en el inflamado arco de Ñuls? La piedad de los Gladiadores de Arroyito de no descabezar al rival merece, sin dudas, el premio Nobel de la paz. El compromiso pacificador de Russo y sus dirigidos fue el punto más destacable de la jornada. No es correcto golpear a un rival cuando este ya ha caído. Figueroa, Messera, Mandra y Carbonari, entre otros, lo entendieron. Pero Delgado no. Escuché a Vitamina cuando le gritó al incontrolable delantero. "Chelito, basta de goles, dejá que ellos se retiren del campo sin ser humillados", bramó Sánchez el bueno. Es decir: no hacer leña del árbol caído. No meter el dedo en la llaga. Dejar vivir a tu adversario. No hacerle más de tres goles a Ñuls. Esa era la misión. Ese fue el designio cumplido por Central. Los adictos al placer queríamos más. No entendíamos el gesto de nuestros muchachos. Fuimos en busca de un récord que supere al anterior. No comprendíamos cómo no terminábamos con ellos de una vez por todas. No valoramos, Señor, el placer de estar tocando y tocando y tocando.... Los canallas nos encontramos que nuestro equipo se había comprometido con lo esencial del deporte. Porque lo importante es competir. Por eso el partido fue una clara declamación por la paz. El equipo superior no humilla al inferior. Lo golea, sí. Lo baila, sí. Lo compromete institucionalmente, sí. Pero sin esa ambición de obligarlo a retirarse antes de tiempo. Huyendo alocado por un túnel vergonzante. Entendí la voz del Lama de la Ocal cuando susurró en el estadio: "Vean cómo aprendió el rival a soportar que lo bailen con orgullo perdedor". Suspiro avergonzado. Mi ambición barrial, pequeña, doméstica, me hizo perder el horizonte verdadero. Porque sin dudas este equipo está para cosas grandes. Las postales de la tarde me ayudan a entender el resto del camino: el pequeño Martín Páez (hijo de Fito y misionero ocalista) consolando al leproso Jorge Llonch. Mis hijos (también misioneros) haciendo lo mismo con su abuelo Enzo y el resto de la parentela pecho. O en mi caso, que le pondré el hombro a mi padre. Mi inmenso padre que a pesar de su condición leprosa supo ser generoso y entregarme a los brazos del placer verdadero: el auriazul. Como dijo el Gran Lama: "Canallas pongamos el hombro para que sobre él lloren los pechos de la ciudad. El mundo debe aprender de nuestra ambición pacificadora. Acaso, simbología inacabada de la grandeza canalla". (*) Periodista y director artístico de LT8
| |