Miguel Pisano / La Capital
Puede parecer nimio, pero en los tiempos que corren es bueno destacar el saludable ejemplo de convivencia que dan los hinchas de Newell's y Central, que comparten respetuosamente el muro situado junto al club Belgrano, en la plaza de Rueda entre Italia y España. Clásicos eran los de antes, diría cualquier hincha que ya peina canas. En realidad, tamaña afirmación parece cierta sobre todo si uno mira el marco que rodea a la fiesta popular rosarina por excelencia. Y es justamente ese contexto el que le da sentido a lo que de otra manera no sería más que un simple partido de fútbol. "Los jugadores son los verdaderos protagonistas del fútbol como espectáculo", reza uno de los lugares comunes del fútbol, en general, y del periodismo deportivo, en particular. Aunque en realidad los hinchas que pagan su entrada, viven pendientes de las suertes y las desgracias de su equipo y hasta se desviven y se desmueren por el color de su camiseta son los auténticos protagonistas del fútbol que supimos conseguir. Y, si no, habría que recurrir a un simple ejercicio de imaginación con sólo pensar cómo sería no sólo un clásico sino cualquier partido de fútbol jugado sin un solo hincha en las tribunas, pegado al infartante relato radial o por la película del televisor, como en un viejo cine de barrio. Sería fantástico que el clásico del sábado pudiera ser jugado, vivido y hasta disfrutado como la auténtica fiesta que nuestra ciudad se merece. Sería maravilloso que el partido más esperado del torneo pudiera ser televisado en directo para su propia ciudad, aunque para ello primero sus hinchas deberían entender que el clásico es mucho más que un partido de fútbol, es cierto, pero tanto como que ningún motivo alcanza a justificar cualquier acto de violencia que prive desde el primero hasta el último de los rosarinos de ver el encuentro más esperado. Parece increíble, pero es tan real como el fútbol mismo: los dirigentes de los clubes rosarinos no se animan todavía a confirmar si el clásico será televisado en directo para nuestra ciudad por el fundado temor a los incidentes que podrían protagonizar los innumerables hinchas que mirarán juntos el partido del año por televisión en los bares o cualquier otro lugar público. Y ni hablar de los funcionarios encargados de garantizar la seguridad del espectáculo, quienes en principio no quieren ni imaginarse el escenario de una ciudad con sus bares repletos de hinchas de ambos equipos viendo juntos el clásico, en una situación virtualmente incontrolable desde su punto de vista, al menos si no cuentan con la disposición de los propios espectadores a tomarse el partido con calma. ¿Pueden esos mismos hinchas no sólo mirar juntos el clásico sino, además, consumir alcohol en envases de vidrio y comportarse como buenos compañeros de la secundaria para no terminar como en el día de la chupina o en el último de clases? La ley del deporte prevé la prohibición de vender bebidas alcohólicas en las adyacencias del estadio, pero no existe legislación que extienda esa veda a todos los bares de la ciudad, en un punto donde parece haber un vacío legal, al menos en relación con el dilema entre la seguridad pública puesta en riesgo por la situación de marras y las libertades públicas sabiamente consagradas por la carta magna. En síntesis, como los hinchas son los auténticos protagonistas del espectáculo, de su inteligencia y voluntad para vivir el clásico dependerá en gran parte que el mismo sea la fiesta que la inmensa mayoría se merece, aunque deba mirarlo con la ñata contra el vidrio.
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