El de antemano polémico clásico de Avellaneda entre Independiente y Racing Club, transportado durante la semana a "miles de lugares" para recalar finalmente en Lanús, terminó en un salomónico empate 1 a 1 que dejó en paz al barrio, a Racing Club en la punta del Clausura y a su rival con el primer punto y gol del certamen. Todo fue como se suponía en el primer tiempo, cuando el embalado Racing se llevaba por delante a un Independiente que venía de capa caída desde el torneo anterior. El dominio de la Academia se emparentó con el gol apenas superados los diez minutos, como para imaginar una tarde lógica. Pero una hora y media después el clásico iba a dejar la sensación de un empate pacificador que, en definitiva, les perdonó la vida a todos y no complicó el futuro de nadie. Ese gol de Racing llegó por una buena combinación entre sus dos delanteros, Luis Rueda, quien tocó por encima de Hernán Franco para la entrada de Diego Milito. En el filo del offside el jugador de la selección definió con solvencia ante la salida de Leonardo Díaz. Y Mirosevic pudo llevar el marcador a 2 a 0 con un magnífico tiro libre que dio en el travesaño. Sin alma, sin juego y con el ánimo por el piso, los dueños de casa se fueron al vestuario envueltos en los reproches de su público. Por eso, su técnico Américo Gallego, viendo que se le venía la noche, hizo en el entretiempo lo que en realidad había resuelto y no se sabe por qué terminó guardándose en la semana: los cambios de Insúa y Guiñazú por Rivas y Eluchans. Y pareció que esto le iba a dar resultados inmediatos al entrenador, porque de arranque nomás Lucas Pusineri tuvo el empate, pero falló con un defectuoso remate final. Sin prolijidad pero con una voluntad que no había evidenciado en el período inicial, Independiente fue a buscar su suerte, y la encontró a los 18 minutos cuando el goleador del pasado torneo Apertura, Andrés Silvera, convirtió, en evidente posición adelantada, el primer tanto de su equipo en el campeonato. El empate golpeó duro en el ánimo de los racinguistas y, por contrapartida, entonó a un Independiente que parecía entregado a su triste destino cuando marchó a los vestuarios al cabo del primer período. El desarrollo se planteó entonces con los de Gallego atacando y los de Osvaldo Ardiles jugando de contraataque, repartiéndose las chances de desnivelar en dosis proporcionales, cada uno con su propuesta. Claro que Racing ya había perdido dinámica en el medio porque el pibe Juan Torres se agotó y Adrián Bastía no daba abasto cuando Independiente atacaba, desbordado por la superioridad de volantes adversarios. Entonces la tibieza se fue adueñando del espectáculo, el empate parecía un buen resultado mirando a las tribunas y le permitía a Independiente mantener la paternidad sobre un Racing cuya hinchada se fue un tanto desilusionada porque sabía que, por el presente de su equipo, era número puesto para este clásico que se quedó sin nombre, porque ni siquiera se jugó en Avellaneda. (DyN)
| |