Carolina Taffoni / La Capital
"Chicos, por favor, cuiden las butacas", pedía Juanse desde el escenario. Claro, el teatro Broadway no era el lugar más indicado para un recital de los Ratones Paranoicos, y así, durante casi dos horas, se respiró un clima de pequeño caos rockero que hacía bastante tiempo no se vivía en Rosario. Ya desde los primeros temas la gente estaba parada sobre las elegantes butacas tapizadas (algunos tuvieron la delicadeza de sacarse las zapatillas, otros no), y la sala llena se parecía más a una cancha de fútbol que a otra cosa. Para colmo, si el aire acondicionado funcionaba ni se sentía. El teatro se convirtió en un sauna que transpiraba a rock, cigarrillos, humo dulce y hasta cerveza. Así y todo, nada puede reprochársele a los fans de los Ratones, que hacen de cualquier show una fiesta. Cantan todos los temas, no paran de alentar entre las canciones, aplauden, gritan, saltan, revolean sus remeras y son capaces de escuchar el mismo riff por enésima vez y festejarlo como si fuese la primera. Además, en Rosario, desgraciadamente la ciudad menos stone del planeta (lo que significa, en más de un sentido, que es poco rockera), el público de los Ratones Paranoicos convierte a este tipo de recitales en un extraño espacio de resistencia (sí, resistencia desde un fenómeno masivo, en una ciudad donde lo popular pasó siempre por otro lado). Los Ratones ya fueron y vinieron y ahí están. Nacieron a contramano de todas las modas en los ochenta, la pegaron con muchos hits en los noventa y tocaron ante Rivers llenos como teloneros de los Rolling Stones. Son la mejor banda stone de la Argentina y también demostraron que pueden dar un poco más. Ahora se presentan como una maquinita rockera que sólo aspira a conservar sus medallas. Suficiente. El grupo arrancó con "Damas negras", un viejo tema que no figura en las compilaciones de hits. "Si no cuidan las butacas no podemos volver a actuar acá", repetía Juanse. Pero la gente respondía con el típico "¡Vamos los Ratoooo!" y nadie quería bajarse de los asientos, menos cuando los Ratones siguieron con "Una noche no hace mal" y "Rainbow". A veces da la sensación de que la banda se estuviese mimetizando, porque el Zorrito, desde el bajo, con el pelo largo y lentes oscuros, es una suerte de Keith Richards modelo años 70, y Roy, imperturbable en la batería, está cada día más parecido a Charlie Watts. Cuando los Ratones empezaron a descargar una batería de hits el teatro se convirtió en un hervidero. Así pasaron "Rock del pedazo", "Rock del gato" y dos temazos: "Ya morí" y "Caballos de noche". "¿Vos andás así en tu casa, caminando arriba de los sillones?", le preguntó Juanse a un chico del público en tono paternal y comprensivo, sobre el meneado tema de las butacas. Los mejores momentos llegaron con un gran cover de "Ruta 66" y una versión de "Isabel" que, además de ese riff increíblemente pegadizo, incluyó una zapada funky. Después de "Para siempre", el último hit de la banda, los Ratones atacaron de nuevo al pasado con "Boogie" (un tema olvidado), "Cowboy", "Vicio" y esa joyita cuasi punk llamada "Enlace". "Por fin un poco de rock and roll en esta ciudad", dijo alguien a la salida. Sí, por fin.
| |