El hallazgo de los cadáveres de dos mujeres, madre e hija, enterrados en el patio trasero de una vivienda de la zona sur dejó al descubierto una historia que combina una relación incestuosa, condiciones de vida en extrema pobreza y violencia familiar, pero además la actitud de un grupo de vecinos que aportó la información suficiente para que la policía detuviera al presunto autor del doble homicidio. El imputado, quien sepultó los cuerpos hace aproximadamente dos meses bajo un limonero, era hermano de la mujer y concubino de la muchacha, su sobrina, con la que había engendrado dos nenas de 4 y 2 años.
El macabro cuadro fue descubierto por los agentes de la Brigada de Homicidios de la policía local, que con una orden de allanamiento del juez de instrucción Jorge Eldo Juárez se presentaron ayer a las 7 en la paupérrima vivienda de Ayacucho 3182 y confirmaron lo que muchos vecinos de la cuadra sospechaban: que Alberto Albarracín, de 55 años, había asesinado a su mujer, Andrea González, de 23, y a su propia hermana y al mismo tiempo madre de la joven, Berta del Valle Albarracín, de 50. Ambas estaban desaparecidas desde principios de enero.
"Maté a mi mujer porque la encontré en la cama con otro hombre. El tipo se escapó, pero yo la agarré a golpes. Después se metió la madre para defenderla y así las tuve que matar a las dos". Esa fue la primera confesión que soltó Albarracín cuando los policías comenzaron a formularle preguntas sobre el paradero de las dos mujeres. El hombre se quebró y marcó el lugar donde había enterrado los cadáveres, en el fondo de su casa, debajo de un frondoso limonero. Según el jefe de Homicidios, comisario José Luis Juárez, las muertes datarían de más de dos meses y se habrían producido a golpes, aunque para confirmar esas circunstancias "habrá que esperar los resultados de las autopsias".
El estudio también revelará si las víctimas pudieron ser enterradas cuando todavía estaban con vida y si algunos de los miembros fueron seccionados para facilitar su ubicación en un hueco de más de un metro y medio de profundidad por dos de diámetro.
Las sospechas de los vecinos
La llegada de la policía al lugar estuvo precedida por una serie de episodios que llamaron la atención de los vecinos de la cuadra y de los integrantes de un centro comunitario de Esmeralda y Garay, donde Albarracín había concurrido hace varios días para pedir ayuda para sus hijas, Antonella y Anabel, de 4 y 2 años, a las que supuestamente no podía ni siquiera alimentar.
El primero de esos hechos fueron la repentina desaparición de las mujeres y las versiones contradictorias que Alberto había dado a sus vecinos. "Decía que Andrea lo había dejado por otro hombre y que se fue a vivir a Trelew. Y que Betty (así la conocían a Berta) estaba en Mar del Plata", recordó Maia Gómez, una mujer que conocía muy bien a Andrea y a la que nunca le convenció la versión del abandono.
"Así como estaba, en la miseria absoluta, la chica nunca se hubiera desprendido de las criaturas. Una buena madre nunca deja a sus chicos y ella adoraba a las nenas", aportó por su cuenta Nélida, otra habitante de la cuadra que ayer lucía consternada por lo sucedido.
La vecina recordó que vio por última vez a Berta y Andrea a principios de enero, cuando ambas ganaron un canasto con mercadería que sorteó el supermercado El Delfín, de Alem al 3100. "Justamente desde ese mes presentíamos que algo había pasado con ellas. Todos los vecinos sospechábamos de lo que decía ese hombre", completó Maia.
La ausencia de las mujeres incluso llamó la atención en un templo evangelista de la zona, al que concurrían regularmente. Algunos fieles se acercaron hasta la cuadra y preguntaron en distintas casas para saber qué había pasado con ellas.
Otro indicio extraño fue el estado de abandono de las nenas, que además de mostrar signos de desnutrición se veían sucias y descuidadas. Albarracín concurrió hace unos días a un centro comunitario de la zona sur donde pidió ayuda para atender a las nenas y también materiales para arreglar un poco la casa con intención de venderla.
Las sospechas contra Albarracín aumentaron cuando un representante del centro se presentó en la casa para conocer el ámbito en donde vivían Anabel y Antonella. El vecino se encontró con una extraña negativa del dueño de casa para que accediera al patio trasero. La excusa que brindó fue que sólo quería refaccionar la parte delantera y en todo momento se mostró reacio a que alguien pasara hacia donde estaba el limonero.
Fuentes policiales expresaron que en el comedor las nenas tuvieron reacciones que hicieron sospechar de algo extraño. Mientras tanto, vecinos de la cuadra habían visto al hombre cavar en la tierra con una pala prestada. "Dijo que lo hacía para hacer el pozo ciego de un baño, pero nadie le creyó", agregó una mujer.
Lo cierto es que las sospechas despertadas en el centro comunitario y en la cuadra derivaron en una denuncia en la policía y en la inmediata intervención de un juzgado de Menores, que el miércoles se hizo cargo de las criaturas y las derivó a un hogar de tránsito.