Silvina Dezorzi / La Capital
Los velaron uno al lado del otro, como vivieron buena parte de sus jóvenes vidas y como murieron alcanzados por un rayo, anteayer, jugando el deporte de sus amores en el Rosario Golf Club. El origen humilde de Ariel Licera y José Centurión, ambos de 24 años, los llevó a convertirse en caddies (personas que llevan los palos a un jugador de golf) teniendo apenas 9, una changa que les dejó conjugar la escuela con una precoz ayuda al hogar. Con el tiempo el deporte los fue cautivando y la cotidiana recorrida de las canchas contribuyó a forjar su temprana aptitud como golfistas, al punto de que Ariel ya era profesional y José competía como aspirante. Un rayo los sorprendió mientras se protegían de la lluvia debajo de un pino, un lugar considerado de alto riesgo por su capacidad conductora (ver recuadro). En el velorio, ayer, familiares, amigos, vecinos y compañeros de golf no hallaban consuelo ante sus muertes. "Donde sea, seguro que ahora están juntos haciendo approach y put", dijo Isabel, una alumna de los dos jugadores que fue a darles un tristísimo adiós. El paralelismo de las vidas de Ariel y José es sorprendente. Ambos fueron a la escuela Nº 632 de zona oeste, tenían 5 hermanos, hicieron su viaje de estudios juntos, compartieron amigos e ilusiones. Una de ellas, quizá la que marcó de modo más determinante sus destinos, fue empezar a trabajar como caddies a los 9 años y enamorarse del golf. También ambos se encargaban de la escuela de menores de ese juego en el Jockey Club. El hecho de que hubieran logrado perfeccionarse tanto en el deporte, gracias a un enorme esfuerzo y a algunas ayudas, como la de uno de los socios del Rosario Golf Club, los hizo famosos en el ambiente. Eso, sumado a que la muerte los sorprendió precisamente en una de las tradicionales canchas de juego rosarinas, produjo una fuerte conmoción entre los amantes del golf, que ayer no salían de su asombro ni se cansaban de destacar la especial calidad humana de ambos . "Ya sé que de alguien que fallece siempre se dicen cosas buenas, pero en este caso es especialmente cierto: eran personas excelentes", recordó Tomás Ferguson, capitán del Rosario Golf Club, donde los chicos encontraron la muerte. Los relatos desde ese club, que ayer suspendió sus actividades deportivas por duelo, fueron unánimes. Allí lo conocían más a Ariel, que ya era profesional en el juego y acababa de competir durante cinco semanas en Centroamérica. "Era una verdadera promesa, un pibe muy trabajador y humilde, al que todos queríamos y respetábamos mucho", agregó Ferguson. Una imagen similar de ambos dieron los socios del Jockey que se acercaron al velorio. "Los dos eran personas excelentes, muy respetuosos y muy respetados, chicos que se sacrificaron mucho, pese a su condición humilde, para volverse grandes jugadores de golf", contó Sergio Aguirre, miembro de la comisión de ese deporte en el Country. Pero la gran cantidad de gente que se acercó a despedirlos no provenía mayoritariamente del golf, sino del barrio donde cada uno de ellos creció y se ganó amigos. Por eso, buena parte de la tristeza de ayer tuvo caras jóvenes que no dejaron de nombrarlos, a veces con llanto y a veces con anécdotas divertidas, como también es bueno recordar a chicos de esa edad. Las familias, destruidas, compartieron su dolor y no dejaron de evocar, quizá por las propias circunstancias de las muertes, la pasión que ambos sentían por el golf. "No puedo creerlo, pero al menos me consuela pensar que falleció en el lugar que era su vida", recordó Jorge, uno de los hermanos menores de Ariel. Más allá, pegada a la mamá de su novio, Analía Cruz lloraba sin consuelo: es que hace apenas nueve días había empezado a compartir su vida con Ariel, en una casita que habían alquilado y a la que ahora ella no puede ni pensar en volver. "Estábamos tan felices y con tantos planes. . .", dice, y el dolor no la deja seguir hablando. En el caso de la familia Centurión, José no fue el único hijo que empezó a jugar golf como caddie. También Gustavo, de 20, sigue esa vocación, y recuerda que su hermano "venía muy bien" con el deporte. "Te darás cuenta, por lo que ves acá, que no había nadie que no lo quisiera", murmura. Y mira tercamente al piso hasta que suelta: "Hay que seguir. . .". La muerte, como dicen sus amigos y parientes, sorprendió a Ariel y José en un campo de golf. Y la historia que podría hacerse de sus vidas, valientes para defender lo que querían ser, es un poco un homenaje para otros caddies. Para chicos que no nacieron en un hogar donde ya había palos de golf, ni plata para pagar la cuota de un club, pero se animaron a arrastrar el carro de sus sueños.
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