Sus hinchas sostienen que fue el más grande de todos los tiempos entre los que recorrieron a gran velocidad los polvorientos caminos del interior emocionando a millones de argentinos con el vibrar de las luchas épicas del viejo Turismo Carretera, el verdadero TC, el de las cupecitas, el que difundió por todo el país toda la que era una ignota toponimia, incorporándola a la sabiduría popular.
Juan Gálvez, nueve veces campeón de TC, vencedor en 59 de las 144 carreras en las que participó (un 41 por ciento), incluyendo cinco en los tradicionales grandes premios con los que cerraba el calendario anual de la categoría, el domingo 3 de marzo de 1963 murió durante la Vuelta de Olavarría, como consecuencia de un accidente mientras trataba de descontar las ventajas del local Dante Emiliozzi.
El accidente fue parte de los riesgos normales que asumía un corredor de autos de esos tiempos, pero su muerte, como consecuencia de haber sido despedido del auto por no ir atado, constituyó toda una paradoja con su vida de fino calculador de todas las circunstancias que rodeaban una competencia, donde en un alto porcentaje de casos no gana el que tiene el auto más veloz o el de mayor audacia para conducir sino el que planifica mejor.
Los triunfos de Juancito no eran producto de sus innatas condiciones de buen chofer de autos veloces, no muy diferentes, seguramente, de las de muchos de sus adversarios de circunstancias. Resultaban de una combinación de circunstancias entre las que descollaban su talento de planificador, su prolijidad de mecánico autodidacta, su constancia y su capacidad para incorporar adelantos tecnológicos.
Un adelantado
La victoria de 1956 fue el más claro resultado de una adecuada estrategia. Así como hoy algunos relatores destacan la planificación de Ferrari, Williams o McLaren cuando aciertan con la cantidad de detenciones o con la elección de los neumáticos, Juan Gálvez ganó ese Gran Premio basándose en la información meteorológica, algo a lo que no muchos apelaban por aquellos tiempos heroicos.
La etapa marcaba que los pilotos debían ir hacia Bahía Blanca pero, como siempre, pasando por algunas zonas complicadas. Enterado de que más adelante iba a llover, a pesar de que aún restaba un largo trecho para llegar al área de tormenta, se calzó las gomas pantaneras dando ventajas a los que siguieron con los neumáticos normales, lo que le hizo perder buenos minutos. Pero las cosas se dieron como él pensaba y así, cuando el barrial se hizo imposible de transitar para los otros, él pasó con tranquilidad y sacó una ventaja indescontable.
Al año siguiente disputaba la delantera con Ciani (uno de los pocos superstites de aquella época gloriosa) cuando transitando por caminos cuyanos partió el block de su Ford. A duras penas pudo llegar con una enorme demora a San Juan concluyendo la etapa. La ventaja obtenida por el santafesino Ciani, crédito de Venado Tuerto, aparecía como indescontable. Además no resultaba creíble que el motor de Juancito diera para terminar el Gran Premio.
Claro que tenaz y dispuesto a innovar, se jugó por un desarrollo técnico de un mecánico argentino, Manolo Rodríguez: la costura de piezas en frío. Convocado para la epopeya Rodríguez logró soldar el block en sólo 42 minutos, dentro del plazo otorgado para las reparaciones entre etapas, y a la mañana siguiente, contra todo lo esperado, Juan Gálvez salió otra vez a la ruta. Al llegar a la capital, más de mil kilómetros después, Ciani le ganó por sólo tres minutos.
Cuando se hizo iluminar
Después de ganar el Gran Premio de TC en 1959, en 1960 iba por su sexta victoria. Pero se quedó sin luces antes de largar y se corría de noche. Entonces esperó a que lo pasase el Chevrolet de Ciani y pegado a su cola hizo que lo iluminasen los faros de éste. Pero cerca de Pergamino se comió una curva y volcó. El accidente fue grave y le llevó más de un año de recuperación.
Cuando volvió las cosas eran diferentes. Para entonces ya casi todos los pilotos corrían atados. Juancito se negaba a ello. Alegaba que había más peligro de morir quemado. La cuestión es que a las 12.38 del 3 de marzo de 1963, 40 años atrás, volcó y salió despedido del auto. Grave fue trasladado a un nosocomio de la zona pero falleció. No fue el único caso ni el último en morir de esa manera. No aceptar la conveniencia del cinturón de seguridad, fue una actitud paradojal con todo lo que había sido su vida. (Télam)