 |  | El show de la vida privada de Michael Jackson, un ídolo en decadencia
 | Carolina Taffoni / La Capital
El mundo del pop no sería lo que es si no fuese por Michael Jackson. Desde Britney Spears hasta •NSync le deben casi todo. Pero para su figura pública actual esto es un detalle sin sentido. El Rey del Pop "apenas" tiene 44 años y hace rato es una estrella en decadencia. Eso es lo que importa. Y eso es lo que muestra "Viviendo con Michael Jackson", el documental que se emitió por Sony y que desató un escándalo en Inglaterra y Estados Unidos. "Viviendo con Michael Jackson" forma parte de un fenómeno: las entrevistas televisivas se convirtieron en una especie de confesionario donde la cámara, que antes parecía actuar como una gran inhibidor, ahora tiene los efectos de un hipnotizador. El documental está basado en una extensa entrevista que el periodista inglés Martin Bashir le hizo a Michael Jackson a lo largo de ocho meses. El hecho de que Jackson dejara entrar las cámaras a su fortaleza "Neverland" (con parque de diversiones y zoológico incluidos) ya resulta revelador. No hay que esperar que Michael Jackson confiese que comparte su habitación con niños para que la entrevista alcance su clímax más íntimo. Para empezar Bashir atacó con las preguntas sobre el pasado. Una cosa es leerlo en las biografías y otra es escucharlo: Jackson contando cómo su padre le pegaba con una correa si fallaba en un paso o cómo vomitaba del miedo ante su sola presencia. El fantasma de esta infancia infeliz aparece a lo largo de toda la entrevista, como la causa de los traumas que marcaron la transformación de Jackson. Pero Bashir no siempre encontró la respuesta. El cantante reconoce que su padre se burlaba de su aspecto cuando era adolescente, y admite la humillación que esto significó, pero afirma hasta el cansancio que sólo se hizo dos cirugías estéticas en su nariz y que jamás retocó el resto de su rostro. Con la misma serenidad (por no decir caradurez) atribuye el cambio de color de su piel a una enfermedad llamada vitiligo. Como ya no puede lucirse en los escenarios, Michael Jackson también hace del documental su propio show: se trepa a un árbol "mágico" de su jardín, gasta millones en un shopping de Las Vegas, abraza a los fans que lo persiguen y actúa de guía turístico de un grupo de chicos pobres en "Neverland". Lo más curioso es cómo recuerda con lujo de detalles una noche de sexo (frustrada) con Tatum O'Neal. Lo más patético es una caótica visita a Berlín, con sus hijos a cuestas (las caras siempre tapadas) y toda la prensa encima en medio de un clima de enajenación muy espeso. A esa altura de la entrevista, que Jackson aparezca de la mano con un chico de 12 años recuperado de cáncer, y que el chico diga que compartió la habitación con el cantante, parece parte de un paquete por el mismo precio. Sobre el final, un Jackson advertido y a la defensiva, negó las acusaciones de abuso sexual y se mostró preocupado por "los chicos que comen solos, que sus padres dejan solos frente a las computadoras". Por un instante, al menos, pareció salir de su burbuja, aunque el documental ya forme parte del interminable show de su vida privada.
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