Año CXXXVI
 Nº 49.766
Rosario,
jueves  27 de
febrero de 2003
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Punto de Vista: Las Caretas de los premios Grammy

Carolina Taffoni / La Capital

Cualquiera que ame el rock, o que nada más lo escuche, podría haber estallado en un ataque de nervios el domingo por la noche, frente al televisor, mirando la ceremonia de los Grammy, aunque odie la industria y haya comprado todos sus discos a un sello independiente de Tailandia. Es cierto que hace años la entrega de los Grammy es sólo un show que perdió toda credibilidad. Pero el show debería ser simplemente entretenido, y no angustiosamente irritante. De entrada, haber puesto algún tipo de expectativa en los premios, aunque sea este año, resultó una especie de broma del día de los inocentes. Qué estupidez haber pensado que Bruce Springsteen o Eminem podían llevarse los trofeos gordos. En cambio, la Academia de Artes y Grabación le dio ocho Grammy al disco de Norah Jones, una exquisita mezcla de jazz, blues, country y soul, sí, pero un disco de covers al fin. Tal vez premiar a las mujeres jóvenes sea una especie de inexplicable tradición. El año pasado Alicia Keys ganó cinco Grammy, y en el 99 Lauryn Hill sentó un precedente con cinco premios (a propósito, ¿dónde está Lauryn Hill ahora?). O tal vez premiar a Eminem era políticamente incorrecto y premiar a Bruce Springsteen demasiado correcto políticamente. Lo más seguro es que la Academia haya querido hacer una ceremonia lo más "lavada" posible. Y la verdad es que le salió a la perfección. Ahí estaba Dustin Hoffman, que en el Festival de Cine
de Berlín habló pestes de la guerra contra
Irak y en los Grammy no abrió la boca. También estaba Peter Gabriel, que tanto cantó para Amnesty y ahí parecía un espantapájaros. Bruce Springsteen ni siquiera salió por televisión cuando recibió los premios. Y la cara de traste de Eminem quedó para la foto. Lo más chistoso fue que el único que rompió la regla y se animó a repudiar la
guerra fue Fred Durst, el líder de Limp Bizkit, grupo superficial si los hay, lo que ya nos
hace dudar de todo. Como si la censura fuera poco, casi al final de la ceremonia hubo que soportar un discurso del presidente de la Academia, sobre proteger a la industria de la piratería y otros ataques, un discurso en el que ya nadie cree, y que no sostienen ni los propios artistas.


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