Cuando el azar jugó a favor, Isidro Alcaraz, el casero de Relmó que fue reducido por los ladrones, debía ir a buscar a su esposa a Maciel el viernes a la noche. El asalto lo dejó con los planes truncos y a su mujer preocupada por el retraso y la ausencia de comunicación con su marido, ya que los ladrones habían cortado las líneas de teléfono. Resuelta, la mujer decidió ir a la finca por sus medios y llamó a un remís cuando habían pasado las 10 de la noche. No hay más de 13 kilómetros entre el pueblo y el campo, 10 de ellos por camino rural. En la mitad de ese trecho de tierra, cerca de unos silos, el remís en el que viajaba la mujer cruzó a un auto bordó que los desconcertó por su velocidad y un camión detrás, a los que no prestaron atención. Estaban a menos de 5 minutos de su casa. Todos celebraron que el final del viaje no hubiese coincidido con la presencia de los asaltantes. Cuando llegó su esposa, Isidro había logrado liberarse de las ligaduras y estaba aún encerrado, desesperado y llorando. El teléfono del remisero le permitió a Alcaraz avisar del robo a uno de los ingenieros agrónomos de la firma, que completó la tarea avisando a la policía y al resto de los colegas y empleados de la empresa.
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