Año CXXXVI
 Nº 49.755
Rosario,
domingo  16 de
febrero de 2003
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Salta: Hacia las tierras sin mal
Excursiones imperdibles para convivir con costumbres y mitos de las comunidades nativas del noroeste del país

Corina Canale

En el noroeste de Salta, en tierras de los departamentos San Martín y Rivadavia, siete etnias nativas, establecidas en comunidades, viven entre el clima subtropical de la nuboselva, apenas una porción de las yungas, y la llanura del Gran Chaco Gualamba, extensa geografía que abarca Argentina, Bolivia y Paraguay.
Entre valles, vertientes y ríos la nuboselva emerge cubriendo las laderas de los cerros y confiriéndole al paisaje un toque salvaje. Y más allá la topografía de la llanura marca un contraste ecológico bien definido, ya cerca del río Pilcomayo, el límite natural entre Paraguay y Bolivia.
Muy cerca de Tartagal, en las lomadas de las serranías que se extienden hacia el norte, está la misión La Loma, una comunidad guaraní que conserva las costumbres y la mística de ese pueblo. En estos días su gente ya está sumida en las festividades del próximo carnaval y en el ritmo del "arete guazú", su danza ancestral, a la que también llaman "pim-pim".
Las celebraciones se harán en torno a la pequeña capilla de estilo barroco que los monjes franciscanos levantaron en 1942, y de la que aún está en pie su estructura original. De los sones de la danza fluyen sentimientos esperanzados, los mismos que aún laten en el anhelo de los ancianos, hombres silenciosos que creyeron que con fe y sacrificios llegarían a la prometida "tierra sin mal".
En esta propuesta del turismo étnico se escuchan los fantásticos relatos del Cacique, se aprende a bailar el "arete guazú" y se penetra en el misterioso significado de las artesanías. La convivencia con la comunidad incluye el armado de carpas en el campamento y otras ceremonias tan simples como compartir un desayuno de mate cocido con tortillas al rescoldo.
Otro circuito, el río Itaú-La Sidra, discurre en plena selva de montana, en el valle Acambuco del municipio de Aguaray. Este es, tal vez, el lugar que mejor muestra la simbiosis hombre-naturaleza, porque para llegar al río Itaú, límite natural con Bolivia, es preciso descender por una senda estrecha, el cuerpo atrapado por la vegetación.
El río, poco profundo, se torna correntoso entre noviembre y abril cuando llegan a su cauce las aguas del Tarija, que desemboca en el Bermejo. En este lugar se realizan los tres módulos del curso de supervivencia, safaris fotográficos, pesca menor y siempre fogones y guitarreadas.

Visita a las etnias
El paseo más largo es la visita a las etnias desde la Misión La Paz, donde se arma el campamento durante cinco días. Cerca de este paraje está el Puente Internacional que atraviesa el río Pilcomayo, uniendo Misión de Paz con la localidad paraguaya de Pozo Hondo.
Luego de desayunar con tortillas a la parrilla se parte hacia Las Vertientes, asentamiento de la comunidad Wichí, y después hacia La Bolsa, el enclave de los Chulupí.
Y al otro día, tras un desayuno con pan casero cocinado en horno de barro, se visita la comunidad Chorote "La Gracia", donde los más jóvenes desafían a un partido de voleyball, mientras que el "puntero" de la etnia realiza un interesante muestreo de pesca en el río Pilcomayo.
Sólo resta, al cuarto día, conocer cómo es la vida en el Punto Tripartito "San Luis", asentamiento de la comunidad Wichí, donde se unen las tierras de Argentina, Bolivia y Paraguay. Y por la tarde visitar la comunidad Toba de Monte Carmelo, un pueblo que es tan hábil moldeando artesanías como pescando en el Pilcomayo con la extraña modalidad "redes tijeras del natés".
Y al regresar a Tartagal, donde comienzan todos los programas turísticos, se pasa por Campo Durán, asentamiento de la comunidad Chaná, y por "La Loma", donde se aposentó otra comunidad guaraní, la de San Francisco Solano. Allí, además de la entrega de los recordatorios, se come un memorable asado criollo.
Otro de los programas propone visitas a determinadas familias de diferentes etnias, como los Chulupíes, Chiriguanos, Tapietes y Chaquenses, donde se suceden las charlas con el cacique y los ancianos sabios, y también los relatos de la cultura mística de los pueblos.
Para implementar estos circuitos la operadora Tucán Ecoturismo, de Tartagal, no ha dejado nada librado al azar. Los guías coordinadores imparten charlas sobre fauna y flora; enseñan cuáles son los frutos comestibles y las propiedades curativas de las plantas medicinales, y explican cómo prevenir las enfermedades endémicas.
A su vez, los instructores de supervivencia dictan los tres módulos del curso respectivo; detectan las zonas peligrosas y eligen los lugares para acampar, mientras que los baqueanos marcan las sendas e identifica las huellas que el grupo va encontrando.
El equipo se completa con asistentes de actividades, que organizan la recreación y los deportes; los coordinadores para apoyo logístico, que establecen comunicación radial y telefónica diaria, y un maestro cocinero que planifica las comidas. Estos viajes del turismo étnico por Salta proponen convivir y adentrarse en las costumbres y los mitos de las comunidades nativas del noroeste del país. Tanto para aprender a cocinar sus comidas como para acceder a la cosmovisión de su pensamiento.
Saber por qué los wichís creen que son parte de este mundo desde su creación, donde piensan que a través del tiempo han ido adoptando diferentes formas naturales.



Una comunidad guaraní está cerca de Tartagal.
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