Luciano Zaccara / Especial para La Capital
En vísperas de una guerra ya por demás anunciada, la última supuesta aparición de Bin Laden viene a agregar el elemento justificador que la administración Bush ha estado buscando hasta ahora infructuosamente. La arenga que el ex-súbdito saudita ha hecho al pueblo iraquí, solidarizándose con su situación de preguerra y llamando a atacar los intereses de EEUU como contestación a esta nueva "cruzada" occidental, ha sido rápidamente contestada por Colin Powell. El secretario de Estado de EEUU, conociendo de antemano la existencia de este nuevo mensaje, no dudó en confirmar la vinculación entre Irak y Al Qaeda. A esta altura resulta ya obvio que aunque no pudiera encontrarse ninguna evidencia que relacione a Saddam Hussein con la red terrorista de Bin Laden EEUU está dispuesto a llevar adelante su ataque contra Irak, incluso sin contar con una nueva resolución del Consejo de Seguridad, y peor aún, enfrentándose a sus socios europeos de la Otán. Es por eso que EEUU necesitaba urgentemente elementos que ayudaran a disminuir el sentimiento de antiamericanismo que por doquier estaba empezando a aflorar. Haciendo un análisis más profundo del conflicto que mantiene EEUU desde el 11 de septiembre, se podría concluir que el que mejor está moviendo sus piezas sea precisamente Bin Laden. Ya con el ataque a las Torres Gemelas Bin Laden puso en un tremendo aprieto a George Bush. Cualquier respuesta que se diera al ataque corría el riesgo de ser duramente cuestionada a nivel mundial, ya sea por su debilidad o por su contundencia. La opción elegida por EEUU fue la de elegir el espacio físico y el régimen más cercano al culpable de los atentados. Y a pesar de haber eliminado a los talibán y de haber consolidado la posición estratégica de EEUU, el culpable permanecía suelto y emitiendo mensajes. La amenaza continuaba y la lucha contra el terrorismo por lo tanto no podía parar allí, sino que debía seguir adelante contra el próximo régimen más cercano a Bin Laden, o al menos, contra el país que no reconociera la supremacía de EEUU. Irak cumplía algunos requisitos, pero la escasez de pruebas presentadas por Powell dejaba en evidencia una política exterior que no actuaría de manera defensiva sino preventiva, y casi caprichosamente, contra un Estado debilitado por más de doce años de sanciones internacionales. Pero aquí nos encontramos ante una paradoja muy peligrosa. Mientras que ahora EEUU podría quedar frente a sus aliados un poco más justificado y por lo tanto menos resistido, las demás naciones, principalmente las de mayoría de población musulmana, verían algo más confirmada la escasa o nula diferenciación que el gobierno de Bush practica entre los países islámicos, y por lo tanto se opondrían cada vez más al accionar norteamericano. Y es aquí cuando Bin Laden vuelve a aparecer con la misma apuesta que hiciera el 11-S: "Se está con el infiel EEUU o conmigo". En ese momento la contra apuesta de Bush fue: "Se está con el terrorista o conmigo", es decir en los términos planteados por Bin Laden. Hoy Bush puede volver a caer en la misma trampa al justificar su ataque indeclinable contra Irak por su relación con los que atacaron a EEUU,, porque de esta manera responde nuevamente en los términos de Bin Laden, legitimándolo dentro del mundo islámico como un héroe. Y esto es precisamente lo que nadie quiere. Poner a mil millones de musulmanes ante la disyuntiva de elegir entre la potencia mundial que acosa con todo su poderío a un país árabe casi sin armas, y un líder religioso que ataca a esa potencia podría llegar a tener consecuencias muy contrarias a las deseadas. Por desgracia las tesis de Samuel Huntington, muy a pesar de dirigentes religiosos y políticos del mundo entero, se podrían llegar a confirmar dependiendo de cómo se resuelva esta crisis. Por ahora, su mejor discípulo parece ser Bin Laden, porque está haciendo todo lo posible para que se cumpla el enfrentamiento religioso-cultural entre el Islam y Occidente que Huntington previó en 1993. Esperemos que Bush no sea tan buen alumno.
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