La existencia real del vidente de Guadalupe, el santo Juan Diego, al que el Papa canonizó el año pasado, separa a los historiadores y la jerarquía de la Iglesia mexicana. "En vías de canonización, se encuentra más un mito y un símbolo que un ser de carne y hueso", sostuvo el padre Manuel Olimón, profesor de la Universidad Pontificia de México, quien publicó "La búsqueda de Juan Diego", un libro escrito desde "la convicción de que la mayoría de edad de los católicos mexicanos exige el tratamiento abierto y serio de la historicidad del vidente al que, según la leyenda, se apareció la Virgen en el cerro del Tepeyac en 1531". Olimón es uno de los historiadores que, dentro y fuera de la Iglesia, vieron con preocupación la canonización de Juan Diego. Pero Juan Pablo II elevó igualmente a los altares en calidad de santo a un indio de cuya existencia "no hay pruebas históricas, afirma David Brading. El catedrático de la Universidad de Cambridge destaca que, a pesar de que la primera referencia a la imagen que se adora en la basílica de Guadalupe data de 1555 o 1556, el vidente no entra en escena hasta mediados del siglo XVII. "Hasta 1648, no se sabe nada de Juan Diego", coincide desde Los Angeles el sacerdote e historiador Stafford Poole. Es entonces cuando el presbítero criollo Miguel Sánchez habla por primera vez del indígena y de las apariciones en su libro "Imagen de la Virgen María".
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