Marcela Isaías / La Capital
En diciembre pasado la Unicef anunció una campaña destinada a equilibrar la disparidad de género en la educación en 25 países. Conocida como "25 para el 2005", la campaña se enmarca en las propuestas de Educación para Todos acordadas en el Foro Mundial de Dakar, reunido en el 2000, que fijó metas para una educación de calidad hasta el 2015. Zulma Caballero, especialista en problemáticas de género, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), consideró que estas acciones sirven en tanto y en cuanto las resoluciones que se toman no se dejan avasallar por los intereses en pugna que le juegan en contra. Las cuestiones de género fueron especialmente tratadas en este foro y en las propuestas para hacerlas cumplir por los organismos internacionales que intervinieron en el encuentro. Es que de los 50 millones de potenciales alumnos que no van a la escuela, 27 millones son niñas. Por eso ahora se pretende dar un paso para revertir esta situación en los siguientes países: Afganistán, Bangladesh, Benin, Bhutan, Bolivia, Burkina Faso, República Centroafricana, Chad, República Democrática del Congo, Djibuti, Eritrea, Etiopía, Guinea, India, Malawi, Mali, Nepal, Nigeria, Pakistán, Papua Nueva Guinea, Sudán, Tanzania, Turquía, Yemen y Zambia. Por otra parte, y en el misma línea de trabajo, entre el 7 y el 13 de abril próximo se pondrá en marcha la "Semana de Acción Mundial 2003", cuyo tema central será la educación de las niñas, esto es "permitir a todas las niñas acceder a una enseñanza de calidad y eliminar la discriminación sexual en su educación". -¿Qué opinión le merecen acciones como la anunciada por la Unicef? -Las actitudes de los organismos internacionales tienen importancia, a pesar de la distancia observable entre los buenos propósitos y lo que sucede en la realidad. Si se concretan en proyectos políticos que posean una clara intención transformadora, esas acciones suelen ser bastante positivas. Pero lo que ocurre muchas veces es que los Estados se comprometen a cumplir las recomendaciones y resoluciones y luego intervienen diversos intereses que pugnan por desbaratar los intentos más progresistas y democráticos. -Uno de los principios acordados en el foro mundial de Dakar es hacer frente a la disparidad de géneros que existe en el acceso a la educación. Sin dudas, la cuestión no es la misma para todos los países. ¿Qué ocurre con esta problemática en la Argentina? -Cuando se habla de desigualdad en educación, me parece que no se trata sólo de una cuestión cuantitativa, como si se debiera llegar a un 50% de mujeres y un 50% de varones alfabetizados. Me preocupa esta ecuación porque sólo significa bajar la cantidad de analfabetas mujeres, o de subir la de varones para que se igualen, en un equilibrio ficticio. Para mí, en cambio, se necesita que se pongan en práctica políticas educativas de calidad, formación docente de calidad, pero cuando la pobreza crece esto se ve cada vez más lejano. Las políticas de ajuste entran en contradicción con las intenciones del Programa Educación para Todos/as. Una familia que ve reducidos sus ingresos, un menor presupuesto educativo, el crecimiento del desempleo, impiden que se concrete un propósito tan justo. Asimismo, se puede apreciar que dichas políticas de ajuste tienen repercusiones de género. Las niñas y las adolescentes de menores recursos ven afectadas sus oportunidades educativas, pues deben contribuir con trabajo doméstico familiar para paliar la pobreza del hogar. Se demanda a las niñas que atiendan a hermanitos menores mientras la mamá sale a trabajar, que ayuden de mil maneras para estirar los menguados ingresos, que se queden en casa a atender a familiares enfermos. Esta demanda suele ser mayor para las chicas que para los chicos. -¿Qué cambios deberían darse en el sistema educativo argentino para atender a una educación que contemple una perspectiva de género? -En la Argentina, el sistema educativo carece de tal perspectiva, y lo que se hace se halla sostenido por esfuerzos de individuos y grupos interesados en la lucha contra diversas formas de discriminación y desigualdad: étnicas, de clase, de género, de acceso a los distintos niveles del sistema. Pero suele ocurrir que docentes preocupados por las desigualdades de clase y etnia no perciben las desigualdades de género, generalmente enmascaradas en pautas culturales andocéntricas. -¿Qué papel juega la escuela en torno a la reproducción de las desigualdades en materia de género? -Si bien discursivamente se considera la importancia de la igualdad de oportunidades y la equidad de género como uno de los derechos humanos, no se sabe muy bien cómo trabajar en el aula, y no se tiene conciencia clara de las formas invisibles en que se reproducen las desigualdades. Un profesor o profesora que tiende a dialogar más con un grupo que con otro, que califica de manera diferenciada, que dedica más tiempo a los varones (esto suele suceder con frecuencia, pues se considera que los chicos son más indisciplinados), que prepara actividades para uno de los grupos (recuerdo un aula de tecnología, donde las chicas copiaban canciones mientras los chicos armaban un reactor), contribuye a reproducir la desigualdad. -¿Se trata entonces de hacer valer esta perspectiva como una cuestión de derechos? -Claro. Otro problema es qué queremos decir con igualdad-desigualdad; porque no se trata de que todos y todas seamos iguales, seres clonados, homogéneos, estereotipados, sino que seamos respetados en nuestras diferencias, en nuestros intereses, en nuestra diversidad, pero que tengamos igualdad real de acceso a los bienes educativos y culturares, a los bienes económicos. Que no se nos imponga desde que nacemos un rígido lugar en la sociedad, un espacio mutilante, alejado de las posibilidades creativas que todo ser humano necesita.
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