Mauricio Tallone / La Capital
Colonia (enviado especial). - Tal vez haya que empezar por escribir la palabra salvedad para que nadie sospeche que se activa una tecla bajo los efectos de una derrota que apenas auxilió un partido de preparación, pero que invita a radiografiar por señales observadas el presente futbolístico de Central antes de sumergirse en la primera fecha del Clausura frente a San Lorenzo. Detrás de los bastidores de un resultado estalla una realidad de la que ya se tenían evidencias cuando el equipo de Russo disputó un par de ensayos en la pretemporada en Tandil: el flojo momento que atraviesan varias individualidades en lo referente a la generación del juego. Además frente a Peñarol también asomaron aristas profundas, emancipadas de un rival ocasional pero vinculadas directamente con esa identidad que todavía se adivina endeble, al menos en el fragor del ojo de este periodista. Aristas que no inauguraron sus influencias en la postal del 3 a 2 del jueves, sino que son propias de un equipo todavía traicionado por la necesidad. Que juega hasta los amistosos con la ropa de circunstancia porque precisamente su presente inmediato lo empuja a atender intenciones que saborean porciones de utilitarismo. Se aclara, no está prohibido saber por dónde se va a caminar, pero esa creencia no debe incitar a mecanizar movimientos cuando la oferta del trámite propone otra suelta de lucidez. Por ejemplo frente a Peñarol hubo un lapso del primer tiempo en el que Central debió dormir el ritmo haciéndose de la pelota y así eliminar todas las estrecheces que amenazaban en ese momento con complicarle la existencia. Pero no sólo le faltó lectura visual para corregir las coordenadas del partido sino que hizo agua cuando monitoreó el ataque. Cada maniobra que inauguraban Messera o Gustavo no obedecía a una alternativa con apetito colectivo, todo lo contrario, se perdían en el intento personalizado del Chelito Delgado o en el egoísmo distintivo de los goleadores como Luciano Figueroa. Para rematarla, Ferrari y Papa nunca escalaron en ofensiva y cuando se decidieron a hacerlo perdieron ubicuidad en las adyacencias del área rival. Otro aspecto que aún goza de inconsistencia en el andamiaje canalla es el núcleo defensivo. La piedra fundacional que Miguel Angel Russo utiliza para edificar las paredes de la solidez en esta zona es la archisabida línea de tres. Pero como por ahora los albañiles parecen lentos de cuchara, la obra está como era entonces. ¿Entonces? Y, lo que debería amigarse con el entendimiento por ahora es un mapa desequilibrado, un bloque resquebrajado que no armoniza ni siquiera el aval tiempista del Cata Díaz. Cuando las dudas mutan en tembladeral, los espacios que se dejan siempre son tierra fértil para las subidas del adversario. Pruebas al canto: se iniciaba el complemento ante Peñarol y el Colo Fassi intentó subsanar su tardanza en una pelota en la zona caliente del área propia, su despeje no hizo más que llevarse el pie de apoyo del Tony Pacheco y firmar el certificado del primer gol de Bengoechea. Algo parecido ocurrió en la acción del tercero de los carboneros, el pibe de Santa Isabel salió lejos a barrer por uno de los costados y su cruce terminó trabando el pie de un adversario. La concepción y la consecuencia del error derivó en lo mismo: El Profesor engordó su palmarés de goles merced a la precisión quirúrgica de pie derecho. En este recorrido también se impone utilizar la dimensión de la palabreja salvedad. Porque hasta aquí el análisis de la defensa tiene a Petaco Carbonari fuera de la consideración. Quizás a futuro su incorporación subsane esta falta de coordinación imperante y Central se reciba de equipo defensivamente confiable. Pese a la enumeración de equivocaciones y la crudeza que sugieren estas líneas, la prueba de Peñarol es la medida que se necesita para desterrar justificativos y atesorar respuestas. Esta noche frente a Nacional es el momento propicio para empezar a darlas, porque se tendrá enfrente a otro de los adversarios con chapa y sobre todo porque jugar lejos del patio del fondo de casa siempre tienta a los duendes de la confianza para retomar un rumbo que se perdió más por negligencia propia que por hurto ajeno.
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