Año CXXXVI
 Nº 49.728
Rosario,
lunes  20 de
enero de 2003
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Indignación por los motores que rugen en plena madrugada
Las picadas en el autódromo le quitan el sueño a todo un barrio
Los vecinos de Hostal del Sol y Aldea están que arden. Exigen respuestas

Silvina Dezorzi Daniel Leñini / La Capital

Hay un barrio en la zona noroeste de Rosario, el Hostal del Sol, en llamas por las picadas de autos y motos que fervorosos fanáticos del motor organizan con regularidad en el autódromo. El viernes pasado se vivió una jornada a pura adrenalina hasta pasadas las dos de la mañana: las pruebas comenzaron ya de noche y se comprobó una vez más la concurrencia entusiasta y apasionada de centenares de espectadores, que se agolparon en el predio después de pagar una entrada de 5 pesos. Claro que del otro lado de la calle el sentimiento es simétricamente opuesto: los vecinos no dan más, hartos de tanto ruido y descontrol. Pero la cosa va más lejos. Según dicen los actuales propietarios de terrenos en la zona, el mercado inmobiliario restó cotización a las parcelas y residencias en conocimiento de lo que sucede. Habría emprendedores que tras haber invertido en tierras allí ahora se les frustran las operaciones una tras otra.
El tema ya tiene historia. Hace ya años que los vecinos vienen reclamando soluciones. "La Municipalidad tiene pleno conocimiento, puedo demostrar que hubo infinidad de cartas y reclamos formales, pero es como hablarle a un sordo", afirma Daniel Martínez, uno de los vecinos de Hostal del Sol, ubicado frente al autódromo y hasta el límite con Funes.
La bronca no es para menos. Esa gente compró sus terrenos, edificó y paga impuestos por zona residencial, pero los fines de semana no duerme, y a veces, dicen, "es lo de menos, porque durante esas noches lo que no se puede es vivir".
El nivel sonoro de las carreras y picadas de autos y motos es "sencillamente insoportable", pero lo más increíble es que la mayoría de ellas se hace de noche y de madrugada. "No sólo oímos un estruendo de motores, sino que encima padecemos, cada cinco minutos, el tremendo volumen de los altavoces llamando a los corredores", afirma Martínez. Además, las pruebas previas de las carreras, cada 15 días, también se hacen de día y llegan a escucharse en todo Fisherton. Mediciones privadas, aseguran, confirman que los decibeles superan todo lo permitido en el ejido urbano.
De la misma situación da fe otro propietario de la zona, Billy Giersch, esta vez del barrio Aldea. "Es como vivir al lado de una bailanta a todo volumen" acuerda con su vecino. Pero Giersch no se queda ahí, sino que pasa a enumerar otras delicias de la cercanía con el autódromo.
Por ejemplo, el "devastador impacto sonoro sobre el ecosistema del Bosque de los Constituyentes", lindero con la pista, un tema por el que los ambientalistas rosarinos ya formularon reclamos. Al respecto, recuerda que el problema se resolvería levantando "muros acústicos: taludes de tierra y franjas de forestación" en torno al circuito. El costo sería bajo, pero nada de eso se hizo jamás.
Giersch también da cuenta de que el predio deportivo "carece de mínimas condiciones de seguridad, de contención para el público y de higiene". Por ejemplo, no tiene baños ni espacio suficiente como para amortiguar una salida de pista antes de que el rodado llegue al sector donde se concentra el público. Uno de los asistentes de la picada que prefirió mantener su identidad en reserva subió la apuesta. "El viernes los altavoces hasta advirtieron a la gente que sacara los pies de la pista para no correr peligro de ser atropellados", aseguró.

No a la "farsa"
Los vecinos se encargan de dejar claro que no están en contra de que exista un autódromo ("cualquier ciudad organizada debe poseer ese espacio para una actividad deportiva que tiene un público entusiasta", afirman), sino de que éste sea una "farsa: un circuito callejero rodeado de alambre", dicen.
Y agregan que el cúmulo de perjuicios ya impactó con fuerza sobre el valor inmobiliario de la zona, donde varios countries y loteos se ven en figuritas para vender un terreno. Para no hablar si son los propios vecinos los que, agotados por esta carrera que ya sienten casi perdida, deciden poner en venta su propiedad en busca de otro lugar donde los dejen vivir.



Los espectadores pagan $5 para ver las competencias. (Foto: Hugo Ferreyra)
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