Año CXXXVI
 Nº 49.725
Rosario,
viernes  17 de
enero de 2003
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Editorial
Retornar a la cultura del trabajo

Desde el gobierno central se ha garantizado que la ayuda que se provee a través de subsidios mediante planes Trabajar, Jefas y Jefes de Hogar así como asistencia alimentaria se mantendrá inalterable durante todo el presente año. Más de dos millones de personas en nuestro país son los que reciben esa ayuda destinada a paliar la desnutrición infantil y el hambre. Está bien que en la coyuntura la acción generosa se vuelque a los más necesitados de forma inmediata, porque quien requiere un medicamento o un trozo de pan no está en condiciones de esperar. Esa es la esencia del asistencialismo. Debe hacerse presente en el momento de la catástrofe, de la necesidad urgente. Pero no es la solución. Al menos la definitiva. Porque lo lógico sería que cada pobre tuviera hoy trabajo para atender a sus propias necesidades, o al menos las imprescindibles.
La evolución del número de beneficiarios de planes asistenciales ha ido en aumento de modo elocuente. En diciembre de 2001 estaba cerca del 1% de la población económicamente activa. En la actualidad asciende al 18%. Ese incremento expone claramente cuán difícil ha sido la situación el año pasado. En los últimos tiempos las demandas de los sectores sociales parece haber cambiado. Del reclamo a viva voz de trabajo para todos se fue pasando a la exigencia de paquetes de ayuda, en muchos casos deformados por los efectos del clientelismo y el ansia de figuración política. En el olvido parece haber ido quedando la cultura del trabajo, un valor inalienable del hombre junto a la cultura del esfuerzo. Por eso puede afirmarse que más allá de la imperiosa necesidad de cubrir las necesidades primarias de la sociedad hambreada, queda pendiente la verdadera solución, que es la de crear trabajo.
Son los políticos los responsables de aportar ideas y planes que apunten a poner remedio al problema laboral para poder salir del asistencialismo. Pero es toda la sociedad, con sus intelectuales, empresarios, organizaciones y dirigentes, la que también debe aportar generosamente. El asistencialismo termina por convertirse en clientelismo político, que no es otra cosa que degradación. Por eso la urgencia de incentivar las inversiones y arribar a un conjunto de medidas y reglas claras que pongan coto al desempleo y la pobreza. Ese será el modo para que todos puedan acceder a una más justa distribución de la riqueza.


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