La espectacular fuga de veinte detenidos a través de un túnel que los sacó de la seccional 1ª la calurosa madrugada del miércoles pasado rompió todos los records en cuanto a evadidos en Rosario y la provincia. Los reiterados episodios de fugas masivas -anteayer la última, con cinco fugitivos de la 10ª- no reflejan más que la crítica situación que viven los detenidos, hacinados en comisarías que reúnen a 1300 personas en instalaciones precarias, con capacidad para menos de 500.
El cuadro general de evasiones es dramático, pero algunos de sus mosaicos contienen detalles que alternan lo risueño y lo grotesco. Hay, en efecto, otras fugas rosarinas que merecen tener mención en un racconto. Si no es por la cantidad de evadidos, cuanto menos por las tareas de producción de los detenidos, su dedicación artesanal a diseñar las vías de escape, la galantería para anunciar la huida o los llamativos descuidos de los carceleros.
"Doctora no se enoje, pero yo me voy a ir", fue la formal presentación de intenciones de un chico de 16 años a la abogada de la Dirección Provincial de Menores en conflicto con la ley. Fue al finalizar la reunión que tenía en privado, en una oficina de la seccional 6ª, el 1º de octubre pasado. La mujer quedó atada y el muchacho se escapó por la ventana.
Menos gentil con sus compañeros resultó un grupo de detenidos que ocultó los cortes efectuados día tras día en las rejas del patio del penal de la comisaría 14ª utilizando materia fecal. La original idea fue de nueve presos que huyeron el 26 de febrero de 2001. Opción algo más nauseabunda que discreta para ocultar sus planes, ya que el improvisado revestimiento fue utilizado en los barrotes del techo, en calurosos y soleados días de verano.
Otro caso de inspiración, pero sobre películas cómicas, fue puesto en marcha por un detenido de la comisaría 19ª que intentó probar suerte escondido en el tarro de basura a mediados de 1999. Si su apuesta salía bien, quedaría en la calle apenas entrada la noche, cuando los guardias sacaran el basurero. Pero las tareas de observación previas fueron insuficientes. El interno no contó con que el tacho siempre era el mismo, por lo que los custodios debían volcar la basura al llegar a la vereda. Superada la prueba del peso, que ya había llamado la atención de los agentes al levantar el recipiente, el joven quedó al descubierto sobre una pila de desechos, sin palabras para explicar su situación.
La Alcaidía de la ex jefatura, en cambio, parece inspirar a los detenidos a descolgarse de las paredes. Un uruguayo, Rogelio Walter Gutiérrez, lo logró el 7 de abril de 1999 cuando terminó de trenzar, con infinita paciencia, numerosos restos de bolsitas de polietileno. La cuerda que anudó superaba los seis metros de largo. Después cortó un barrote y salió por la ventana al patio interno del penal. Llegó a la calle por la puerta principal, sin llamar la atención al pasar frente a la custodia.
Y colgados de un cordel
Otra cuerda que sacó a detenidos de la Jefatura fue hecha con sábanas. Tres internos se lanzaron desde la ventana, pero esta vez a la calle, donde los esperaba una moto. Ocurrió el 20 de enero del 2001, jornada fatal para la URII ya que hubo tres fugas simultáneas, además de llamativas.
Ocho de los 12 presos que lograron fugarse ese día salieron muy campantes por la puerta principal de la comisaría 3ª. Esperaban a sus visitas en un pasillo cuando "descubrieron" que el candado estaba abierto. "No tuvieron tiempo ni a ponerse de acuerdo", dijo uno de los testigos que esperaba entrar a ver a su hijo. El restante fugado fue un chico que se escapó de Tribunales.
La cárcel de Coronda también fue escenario de casos farsescos. Allí un preso reconquistó su libertad tras mostrarle a las autoridades del penal una orden de excarcelación de un juez provincial. El documento era inexpugnable, pero el recluso, Carlos Rojas, estaba a disposición de la Justicia Federal por un sonado robo a la delegación de la DGI de Rosario. Los menos suspicaces acusaron falta de registros y documentaciones en el penal. Pero otros consideraron imposible que las autoridades desconocieran el prontuario del hombre, considerando que media docena de sus compañeros también se encontraban en el penal por ese asalto.
La distracción de los guardias alcanzó alguna fama, como para animar a los presos a ponerla a prueba. Un intento lo hizo Héctor González, de 18 años, que estaba detenido en la comisaría 15ª el 22 de noviembre pasado. González desafió la atención con una inusual producción. Se afeitó brazos y piernas, se cubrió con una pollera que caía hacia los tobillos y el detalle más fino lo logró con una peluca rubia, trenzada con cabellos de sus compañeros que sujetó con hilos de cobre. No contó con que sus pies no entraban más que en zapatillas de considerable tamaño y fue descubierto antes de salir. Asumió la derrota con un escueto: "Esta bien, perdí".