El verano promete ser movido en materia de pelea de precios. Algunos productos de la canasta básica comenzaron en los últimos días de diciembre a subir peligrosamente, lo que encendió la luz de alarma en el gobierno y motivó la decisión de intervenir en el mercado y, posiblemente, aumentar las retenciones.
El caso más reciente es el de la leche y sus derivados, que empezó el nuevo año con aumentos de entre el 8 y 10%. La empresa La Serenísima ya oficializó las subas pero, según señalan los comerciantes, es probable que en los próximos días se ponga a tono el resto de las firmas del sector.
Las industrias explican la suba por el aumento del precio de la leche fresca en los tambos y sacan a relucir el acuerdo que firmaron en diciembre con la producción para incrementar el precio en un porcentaje cercano al 10%. De hecho, el último mes del año encontró a las usinas enfrentadas en una feroz disputa por hacerse de la escasa materia prima con promociones que, en el menor de los casos, incluyen la eliminación de los castigos por excedentes estacionales, casi una rémora de las épocas en que la lechería argentina batía récords de producción año a año.
Las entidades de la producción rechazan esta explicación. La Confederación de Asociaciones Rurales de Santa Fe (Carsfe) fue una de la primeras en salir al ruedo. Desde su punto de vista, la industria "intenta eludir sus propias responsabilidades, en orden a sus costos industriales poco transparentes y la enorme incidencia de su carga financiera" y por su capitulación durante años "frente a las grandes cadenas de comercialización".
La pelea no es de ahora y pone en evidencia una fuerte disputa por el ingreso. La leche no es el único caso pero sí es quizás el más ejemplar. Para entender el proceso hay que remontarse hasta la primera mitad de la convertibilidad, cuando una mejora en la capacidad del consumo interno, una suba de precios internacionales y un mayor ingreso de capitales, impulsaron un proceso de despegue de la actividad, acompañado de una millonaria inversión en tecnología y equipamiento.
La producción creció así año a año hasta llegar al 99 a un récord de casi 10 mil millones de litros anuales, impulsando durante más de cinco años un fuerte proceso exportador y una diversificación enorme en los productos que se ofrecían en las góndolas. La contracara de esa expansión fue un alto nivel de endeudamiento en dólares de las empresas y los productores, la desaparición de tambos que no pudieron seguir la reconversión y un aumento del peso relativo de los hipermercados en la cadena de valor, que se profundizó en la medida que la depresión iniciada a fines del 97 comenzó a desajustar la oferta con una demanda que caía en picada.
Este desajuste incentivó la desaparición de tambos, por quiebra o por el paso de los productores a la siembra de soja, en busca de mayores márgenes, y la precariedad financiera de las empresas. En la misma medida caía el precio pagado por la materia prima. Fue por esos momentos que las entidades de la producción lanzaron medidas de fuerza y comenzaron a reclamar que el Estado interviniera en el mercado para equilibrar la relación de fuerzas dentro de la cadena. Esa intervención llegó recién después de la devaluación, cuando el ex secretario de Agricultura, Miguel Paulón, armó una mesa de discusión que no logró contar con la participación de las grandes cadenas minoristas.
El 2002, finalmente arrojó una caída de la producción del 15% respecto del año anterior. Argentina pasó de producir 10 mil millones de litros en 1999 a menos de 8 mil millones este año, lo cual puso al mercado al rojo vivo ante la previsión de que a partir de abril, cuando pase el período de mayor producción, habrá muy poca materia prima para procesar. El panorama para el mercado interno se agrava por la performance de exportadora de las industrias lácteas, que están enviando el 50% del volumen producido al exterior, para zafar de la caída del consumo local y, de paso, calzar las deudas que tienen tomadas en dólares.
Plan de incentivo
Esta necesidad de materia prima es la que ahora pone un mayor poder de negociación en manos de los productores, que por otro lado siguen pasándose a la agricultura en forma masiva. En diciembre, en la última reunión de la mesa de lechería, el ministro de Producción, Aníbal Fernández, anunció un plan para incentivar la producción, que incluía la suba de aranceles para evitar eventuales importaciones, rebajas impositivas y una serie de mecanismos para acordar políticas entre productores e industriales.
Luego de que el gobierno ubicara a la producción láctea como una de las cadenas "sensibles" junto a la carne y los pollos, los productores se pusieron en alerta porque temen que la intervención que en momentos de bajos precios les negó el Estado ahora aparezca para castigarlos.
El jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof, siguió ayer manteniendo reuniones con miembros del Ejecutivo para llegar a la reunión programada el lunes, cuando se tratará la estrategia para frenar aumentos, con cierto grado de consenso.
El mercado de la carne
Otro caso que preocupa al gobierno es el de la carne vacuna y algunos de sus sustitutos, como el pollo. En el caso de las carnes rojas, la recuperación de mercados luego de la crisis de la aftosa y la devaluación impulsaron un boom exportador que les permitió a las empresas zafar de la malaria en el mercado interno.
Un informe de Ciccra, una de las cámaras que agrupa al sector frigorífico, indica que las exportaciones alcanzaron el año pasado a 300 mil toneladas. Estos valores, 102% mayores que en 2001, se registraron "sin que variaran los volúmenes de producción de carne". Esto se explica por la caída del consumo interno que, según la entidad, bajó 4 kilos por habitante por año.
La misma cámara prevé que en 2003 las exportaciones llegarían a 350 mil toneladas pero en el sector no ven que la producción ganadera acompañe ese crecimiento, entre otras cosas porque con la devaluación desapareció el engorde a corral y mermó la suplementación. De esta forma, no son pocos los que ven un escenario de escasa oferta que no sólo presionará los precios sino también la pelea entre los propios frigoríficos para hacerse de materia prima, en una carrera peligrosa.
Es en medio de este difícil cuadro, que se suma a una precaria estabilidad que alienta ciertas perspectivas de mejoras en el consumo interno, dentro del cual el gobierno se apresta actuar.