Año CXXXVI
 Nº 49.713
Rosario,
domingo  05 de
enero de 2003
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Imágenes de la miseria

Una canilla abierta en medio de la suciedad y de los escombros sirve para bañar a una niña mientras es observada por todo el vecindario. Gente humilde, marginal; que no tiene nada más que un plan para jefes de familia y vive temiendo la presencia de la policía.
Cuando llegó el equipo de La Capital, alguien preguntó a quién estaban buscando. Es común que los uniformados recorran el predio y también es habitual que muchos delincuentes se refugien en El Fuerte, como lo llaman. Aunque, no necesariamente viven ahí, sino que suele convertirse en un buen lugar para perderse.
El hábitat de Fuerte Apache es el típico de una villa. Una mezcla de gente de toda edad, viviendo casi a la intemperie entre chapas, cajones de madera y tirantes. La mayor parte de la manzana está conformada por un terreno baldío y sólo un pequeño sector (por Paraguay) tiene una estructura derruida, el mismísimo fuerte.
Una breve descripción pinta la cotidianidad de ese lugar desamparado. Un carro de cirujas se ubica debajo de ropa tendida, basura, un tetra brik de vino, algunas zapatillas sueltas y barro. La cumbia tiene una omnipresencia y en la mayoría de las viviendas hay un televisor. Entre la pobreza extrema, no faltan los arbolitos de Navidad, casi impecables.
Osvaldo Flecha Juncos está a cargo del centro comunitario y sabe de la realidad del lugar. "Hace cuatro años se le cayó una viga a un chico de 12 años y lo mató", recordó. Era la época en que se robaban todo lo que estaba construido y a medio construir. Después sobrevino la ocupación absoluta. Se llevaron aberturas, ventanas y ladrillos, pero igual las familias se establecieron.
"El asentamiento se pobló en su totalidad hace 14 meses", dijo antes de agregar: "El intendente prometió que iba a hacer el zanjeo". Es que el barrio se expande y las necesidad arrecian.
Florencio fue uno de los primeros ocupantes hace unos seis años. Se fue ubicando como pudo, venía de deambular por los lugares más oscuros de la ciudad. Tiene tres hijos y ninguna posibilidad laboral que le permita otra cosa que ocupar algún sitio.
Sin embargo, esa circunstancia también le juega en contra. Si bien los primeros pobladores se conocen, siempre hay caras nuevas que, en general, son las más temidas. Lo cierto es que las casas nunca pueden quedar solas; les roban lo que hay en el interior. "Sabemos que (en el descampado detrás de los monoblocks) hay delincuentes", aseguran algunos habitantes.
Todas los noches se forman grupos de jóvenes. Beben, se inyectan, aspiran, fuman. No paran.


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