Jose L. Cavazza / La Capital
Con el estreno en 1997 del filme de Bruno Stagnaro y Adrián Caetano "Pizza, birra, faso", se avizoraron dos cuestiones: la reaparición de un cine de fuerte basamento social y el surgimiento de un camada de directores nuevos y jóvenes, inaugurando prácticamente lo que luego se llamó "nuevo cine argentino" y, por otro lado, la crónica anticipada de la marginalidad y violencia que se nos venía encima y que entonces pocos advertían cuando la fiesta menemista de la convertibilidad parecía eterna, después de sortear con éxito la grave crisis mexicana del "efecto tequila". Este 2002 que termina no pudo más que reafirmar la tendencia: un cine argentino prolífico y explorador de nuevos caminos narrativos y estéticos en medio de un país devastado, con una dirigencia en la que pocos creen y con un 53 por ciento de la población en estado de pobreza. Pese al contexto poco esperanzador, la cinematografía argentina pudo sortear la delicada situación y, dentro del cine iberoamericano, fue la más representada en los grandes festivales. Hasta la fecha se estrenaron 46 títulos nacionales, acompañadas por cerca de 3.500.000 espectadores. Adolfo Aristarain se llevó el premio al mejor guión con "Lugares comunes" en el Festival de San Sebastián, mientras que "Historias mínimas", de Carlos Sorín, se reveló en el mismo certamen como una pequeña joya, que finalmente se llevó el Premio Especial del Jurado. Al margen de los premios, el 2002 fue el año del regreso a la pantalla de Aristarain y Sorín, dos cineasta de mucha experiencia y reconocimiento dentro y fuera del país. El primero no filmaba desde "Martín (Hache)" (1997) y el segundo -que pasó los últimos 12 años recluido en la publicidad- no lo hacía desde 1986 en que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia con "La película del rey". Dos realizadores jóvenes, Pablo Trapero y Adrián Caetano, se afianzaron este año. Los dos estrenaron en Cannes sus segundos largometrajes, "El bonaerense" y "Un oso rojo". Trapero, que ganó 25 premios internacionales con su ópera prima "Mundo grúa", retrató en "El bonaerense" -una de las mejores películas del año- a un hombre que se convierte en policía y vive en carne propia las tensiones del Gran Buenos Aires. También Caetano no escatimó imágenes a la dura realidad social del país. En "Bolivia", estrenada en abril pasado, expuso el rostro de la xenofobia, a partir de las vivencias de un boliviano que trabaja de parrillero en un bar porteño, y en "Un oso rojo" contó la desgracia de un hombre que sale a la calle en libertad condicional después de 10 años de estar preso, en un formato que él mismo denomino "western urbano". Un día de suerte", de Sandra Gugliotta, obtuvo un premio paralelo en el Festival de Berlín. La ópera prima de Diego Lerman, "Tan de repente", ganó el Leopardo de Plata del Festival de Locarno y también se alzó con el Primer Premio Coral del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Elegir la película para representar a Argentina ante la Academia de Hollywood no fue tarea fácil, pero finalmente "Kamchatka", de Marcelo Piñeyro, fue la seleccionada a aspirar a entrar en la carrera por un lugar por el Oscar a la mejor película extranjera. La película argentina más taquillera fue "Apasionados", una comedia de argumento trillado que convocó a más de un millón de espectadores en todo el país. De todos modos, una importante franja del público se repartió entre los grandes títulos del año: 360 mil espectadores para "Kamchatka"; alrededor de 200 mil vieron "Lugares comunes" y "El bonaerense"; algo más de 150 mil, "Un oso rojo" y 130 mil, "Historias mínimas". La enseñanza que deja este año que termina es que la crisis actual puede convertirse en un buen momento para empezar a crecer, a partir de proyectos posibles y concretados a puro pulmón. Un buen espejo para mirarse es lo que pasó con el cine argentino.
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